viernes, 30 de octubre de 2009

El cosquilleo de las primeras veces

Ayer, sentado, pensaba que cuando hay un cambio grande en la vida - o más bien en el modo de vida o el entorno -, como por ejemplo mudar de casa o de país, tengo una clara tendencia a dar importancia a ciertos detalles, generalmente nimios y relativos a la rutina diaria.

Me pasó cuando me mudé a NYC hace algo más de un año y me está pasando en mi nueva vida londinense: en una especie de fetichismo extraño, recuerdo la primera vez que hago cada cosa en la casa, en el trabajo, que ejecuto una acción, por natural que sea.

Por ejemplo, siempre soy consciente la primera vez que pongo una lavadora, que voy al supermercado, que uso una cazuela o el horno, que cambio las sábanas o lavo las toallas, o que friego los platos (esto último aun no lo he hecho, porque me sale sarpullido). Lo mismo ocurre en el trabajo: mi primer boli, el primer documento que leo, la primera hoja de paga, la primera reunión, o el primer cuaderno de notas que termino...

Es algo que ciertamente escapa a mi control. Al notar, advertir, experimentar una sensación conocida en un sitio distinto, se siente un cierto placer, ese cosquilleo divertido y fetichista de lo nuevo. Son pequeños destellos que nos (me) hacen apreciar estos cambios e imagino pueden ser adictivos. De aquí que haya gente que no se puede estar tranquila en casa, cambian de trabajo, de domicilio, etc... con cierta regularidad: se convierte en una necesidad. Quizás psicológicamente se pueda relacionar esto con el síndrome de Peter Pan, con el miedo a la responsabilidad o cualquier macabro referente sexual Freudiano.

Pero no se puede estar haciendo cosas nuevas a cada momento. Estos destellos tan frecuentes al principio, se van espaciando en el tiempo a medida que pasan los días, semanas o meses. Por mucho que tardemos en cambiar las sábanas la primera vez, una vez se ha hecho, los posteriores cambios de sábanas no producen la misma sensación.

A los casi cuatro meses de estar en Londres, quedan ya pocos pequeños gestos sin hacer, rutinas por ejecutar, y se entra en una fase en la que uno se acomoda, empieza realmente a sentirse en casa, en terreno conocido y seguro. Sin embargo aun hay destellos de novedad, una pequeña nota mental al experimentar de nuevo esa sensación y que le recuerdan a uno que todavía está aprendiendo, que aun hay mucho por descubrir y que apenas acaba de empezar a vivir la nueva ciudad...

Eso justamente es lo que me pasó ayer en el trabajo. Estaba yo sentado, en el baño de la oficina, perpetrando mi primer cagote en mi nuevo ambiente laboral. Por primera vez plantando un pino en un ambiente nuevo y distinto, poniendo un huevo, haciendo muñequitos, uséase: cagando. Lo que viene a ser (expresado más decorosamente) defecar, deponer, hacer aguas mayores, obrar, hacer caca, de vientre o popó. Sin ánimo de ahondar más en lo escatológico de esta entrada, consúltese aquí para una información más detallada sobre el particular.

Y me sentí vivo. Me sentí muy vivo realizando algo tan mundano, natural y rutinario en un ambiente nuevo, distinto; saboreando lo desconocido con esa mezcla de incertidumbre, curiosidad y expectación, pero con la confianza de un proceso muy familiar, en el que pocas cosas pueden fallar; me sentí lleno de esperanza, optimista, con fe en esta ciudad y todas las cosas que voy a hacer, los sitios que descubrir, gente por conocer, sensaciones distintas, costumbres diferentes..., pero los mismos mecanismos y gestos familiares. Y por supuesto me sentí con ganas de disfrutar a tope de todo esto. Ahora apliquémoslo.

martes, 27 de octubre de 2009

Original Soundtrack (6): Un verano en Nueva York

Si te quieres divertir
con encanto y con primor
sólo tienes que vivir
un verano en Nueva York

La letra es suficientemente explícita y no he podido resistir poner esta salsa larga, de las que agradeces cuando termina la canción para poder descansar los pies un ratito mientras Isabela te enseña pasos de salsa. Y además es la banda sonora perfecta para acompañar mi entrada sobre mi primer reencuentro con NYC de este verano. Y de los que vengan.

El Gran Combo de Puerto Rico es uno de los grupos más grandes de salsa, toda una institución en aquel país (Estado libre asociado de la Unión), y por tanto también en los Estados Unidos. Tanto, que fueron capaces de llenar el Yanquee Stadium con 50.000 espectadores... ¡en los años 70!

Chupaos eso Madonna, Michael Jackson y compañía...

Hoy en días son unos abuelitos venerables con mucha marcha que siguen congregando multitudes y actúan a menudo en NYC (clásicos ya en el programa estival de Central Park).

Aquí hay una versión en directo con los abuelitos en acción. Y ésta es la canción original con imágenes de la época, hechos ellos unos mozalbetes y con mucha marcha:

domingo, 25 de octubre de 2009

La globalización estúpida (o la crema viajera)

El título de la entrada mantiene un innegable parecido con otra famosa frase: "La economía, estúpido". Ésta, acuñada por el jefe de campaña de Bill Clinton en 1992, fue una de las piedras angulares de su victoria frente a Bush Senior y ha terminado usándose muy comúnmente.

Nótese sin embargo que hay un par de diferencias sustanciales: en el título de esta entrada no hay coma entre "globalización" y "estúpida" y hay un cambio de género en ésta última. El primer cambio descarta la posibilidad del vocativo de la frase original (es decir, no es que esté insultando a una mujer en lugar de a un hombre); y la concordancia de género confirma que en este caso el "estúpida" actúa como adjetivo en lugar de sustantivo.

Porque, aunque me parece positiva de forma general, la llamada globalización en ocasiones nos permite estulticias de magnitudes insospechadas. Y aquí paso a relatar una de las más sonadas que he perpetrado:

Cuando mi amigo Guillermo me pidió que le comprara una crema para su madre, todo parecía bastante sencillo. Wrinkle Repair, de Provectin Plus, se encuentra en los Walgreens por $29.99 plus taxes. Al parecer es una crema muy buena y por un precio muy asequible.

En aquellos ocupados días primaverales de la etapa post-exámenes y pre-graduación, intenté infructuosamente comprarla en el Walgreen de Union Square (14th Street con 4th Ave), donde él la había comprado en su anterior visita a NYC. No quedaba. Supongo que es un producto muy popular entre las madres, y a finales de curso, todos los hijos en NYC estaban haciendo acopio de regalitos para sus progenitoras.

Así pues, me embarqué durante tres semanas en el road trip que ya conocemos. Como sabía que de vuelta a NYC, entre maletas y despedidas, no tendría mucho tiempo para comprar la crema, y aprovechando que en la primera etapa del road trip, al lado de nuestro hotel en Las Vegas, había un Walgreens, compré la crema al inicio del viaje. Y así empieza el periplo de estas 6 oz (177 ml) de crema antiarrugas:
  1. Primero me acompañaron a lo largo de 4.000 km en la guantera de Latoya, durante dos semanas con temperaturas de hasta 40 °C.
  2. Al final del road trip, voló en la bodega de un avión, dentro de mi mochila, desde San Francisco hasta NYC: 4.200 km (y no se me ocurre a qué temperatura).
  3. Seguidamente, encontró su sitio en mi maleta de vuelta a España, y volvió a volar: otros 6.200 km hasta Valencia.
  4. Por otro despiste, y pese a que Guillermo pasó por Valencia, la crema todavía tuvo que hacer un par de saltos más: el primero para venirse conmigo a Londres en Julio, recorriendo 1.300 km más, esta vez con Easyjet.
  5. La siguiente vez que vi a Guillermo fue en un viaje de fin de semana en Irlanda el mes pasado; así que la cremita volvió a tomar el avión hasta Dublín: esta vez solo fueron 465 km.
  6. Allí, con Vitto, alquilamos un coche para ver los acantilados de Moher, Galway y ya de vuelta, Skerries y algún otro pueblo de pescadores en la costa Este al Norte de Dublín. En total 700 km en coche: pero esta vez mucho más confortable en el maletero de un Jaguar que nos dieron por el precio de un Focus.
  7. Relevado de mi gran responsabilidad, Guillermo se llevó de Dublín a Madrid la dichosa cremita: 1.450 km con Ryanair.
  8. Una vez en España, ya sólo quedaba la etapa Madrid-Santander, los últimos 455 km en coche, para que el tan añorado tubo de crema se reuniese con la madre de Guillermo.
Y este es el relato de cómo - bastante accidentalmente y durante tres meses- un tubo de crema viajó por todo el Oeste americano, San Francisco, New York, Valencia, Londres, atravesó Irlanda (dos veces), pasó por Madrid y terminó en Santander. En total, si mis cálculos no fallan hizo más de 5.000 km en coche, y unos 13.600 en avión.

Es cierto que esa crema se encuentra difícilmente en España, y que es cuatro veces más cara. Pero si contamos los litros de keroseno y los de gasolina que ese tubo de 200 gr ha podido representar, las emisiones de CO₂ y otros gases, los dolores de cabeza y la capacidad logística que ha consumido, no me queda claro que sea rentable traerla de esta manera...

Y al margen del rendimiento económico de la operación, si esto no es una estupidez globalizada, que venga Manolo y lo vea.

Nota: distancias medidas son Google Maps y Mapcrow.

jueves, 22 de octubre de 2009

Las 7 diferencias (I): los taxis

Es curioso cómo tendemos a compararlo todo, incluso en los casos en que no hay comparación posible.

A pesar de que Londres es la más americana de las ciudades europeas o la más Europea de las ciudades americanas, no me resisto a hacer comparaciones, ya sea con NYC o con París o España. Por eso empiezo con esta entrada una serie de comparaciones llamada las 7 diferencias.

Una de las primeras que me viene a la mente es algo tan cotidiano como los taxis. Recordad los taxis de NYC, de los que ya hemos hablado aquí.

Allá todos los conductores son extranjeros, apenas hablan inglés, hacen horarios de locos y cobran poco porque trabajan para compañías que son propietarias de los taxis y las licencias, cuyo business model incluye que el taxi no esté nunca parado (dos o tres turnos diarios por coche). En cambio, aquí en Londres, los taxistas son todos blancos, de mediana edad, con sus camisas de cuadros y pantalones cortos. De hecho, es sospechoso que no se vean taxistas negros, asiáticos o browns. Los de aquí tienen un nivel de vida bastante alto: viven en el mismo barrio posh que yo: cuando salgo por las mañanas, el taxi aun está aparcado en la puerta y al volver por la noche, ellos ya han terminado su jornada. Ya sé que es una opción más si me quedo sin trabajo y quiero mantener mi nivel de vida... veremos si por mi pelo rizado o mi color de piel no consigo la licencia.

Regulados por la London Public Carriage Office, frente a la NYC Taxi and Limousine Commission, los taxistas de aquí casi siempre son dueños de los coches (21.000 taxis para 24.000 conductores, mientras que en NYC hay 40.000 conductores para 13.000 medallions, a razón de $760.000 cada uno) y no aceptan tarjetas de crédito, son muy correctos y rara vez entablan conversación.

Los 21.000 coches son todos iguales (el famoso Hackney Carriage: aunque hay varias marcas que los producen, en décadas el aspecto exterior prácticamente no ha cambiado), sin embargo pueden ser de cualquier color, y aunque impera el negro y los sobrios, de vez en cuando se ve alguno rosa o azul celeste. Los neoyorquinos en cambio, tienen muchos modelos, pero el color y la rotulación exterior deben ser idénticos.

En Londres son muy caros (lo cual explica la diferencia de nivel de vida), y aunque hay más que en NYC (21.000 frente a 13.000), son más difíciles de encontrar, sobre todo por la noche. Eso sí, dada la extensión y dificultad del trazado urbano (y el hecho de que no usan GPS, al contrario que los taxistas españoles), ser taxista en Londres requiere una cierta pericia técnica y una correcta orientación. En la Gran Manzana, es justo lo contrario, basta con saber contar y en que dirección queda el Norte para llegar casi a cualquier parte de Manhattan.

Visto el precio y la escasez de taxis por la noche, cuando se terminan los metros (hacia medianoche), el menda, pese a ser asalariado, muchas veces vuelve a casa en la excelente red de buses nocturnos alimentados con petróleo venezolano. En NYC en cambio, siendo estudiante sin ingresos, y con un metro que funciona las 24h, rascaba menos tomar el taxi al volver de juerga.

Quizás sea algo extremo, pero es muy posible que esta aversión se deba al trauma de mi primera noche en Londres, hace algo más de tres meses: nada más aterrizar en Gatwick desde Valencia, empezando a trabajar al día siguiente y con retraso en la llegada, se me ocurrió ir a Victoria (la zona más cercana al aeropuerto) en taxi: la broma salió por £98, más que el propio avión!!! Mamá, yo quiero ser taxistaaaaaa!

sábado, 10 de octubre de 2009

El Nobel de Obama: Sorprendente y útil

Sorprendente y ridículamente polémica, la concesión del Nobel de la Paz a Obama va a disparar las ventas de su libro: The Audacity of Hope, el último incorporado a mi exigua lista de lecturas en la columna izquierda de este blog y que más adelante recomendaré calurosamente como herramienta para conocer los ideales y el posicionamiento de un animal político de clase indiscutible.
Apunte previo: No deja de tener cierta ironía, que el inventor de la dinamita, Alfred Nobel, enriquecido por sus logros en la industria armamentística (sin olvidar sus usos pacíficos), y quizás perseguido por un complejo de culpabilidad, instaurase este premio. Curiosamente es el único que decide una comisión del Parlamento noruego en lugar de la Fundación Nobel y no se entrega en Estocolmo, sino en Oslo (caso aparte es el de Economía, que ni siquiera es un premio Nobel como tal, sino otorgado por el Banco Central sueco en honor del inventor e industrial, pero no reconocido por la familia Nobel).

Ridícula e innecesaria polémica como decíamos, espoleada por medios conservadores, y que no resiste el simple examen de la lista de “oportunos” laureados anteriores. Esta lista deja entrever una actitud más voluntarista y facilitadora (en línea con un concepto constructivista o incluso idealista de las relaciones internacionales) que la de reconocimiento tardío que muestra el resto de premios donde efectivamente se premia un impacto pasado, real, certificado por el irremisiblemente purificador paso del tiempo, en materia de ciencia básica. Nótese que en el caso del premio Nobel de la Paz, y por la naturaleza de esta “disciplina”, el paso del tiempo (uséase, el filtro de la Historia) no es necesariamente un catalizador de objetivismo o de consenso.

Por eso se premia a hombres políticos que inician procesos de relevancia antes de que éstos den frutos. En ocasiones, ni siquiera los dan: véase el caso de Arafat y Peres (1994), al-Sadat (1978) o Kissinger (1973), todos ellos resultaron ser exponentes del realismo político y personajes de dudosa reputación pacifista. En ocasiones también se premia a organizaciones o iniciativas en momentos de crisis de confianza o identidad, como puedan ser Annan y la ONU (2001) - con sus acusaciones de corrupción; Gore y el cambio climático (2007) - puesto en duda por la administración Bush; o ElBaradei y La Agencia Internacional de la Energía Atómica (2005) - durante sus investigaciones en Iran.

En ocasiones esta arriesgada actitud falla estrepitosamente, como en la mayoría de los ejemplos del párrafo anterior. Pero otras veces sirve de impulso, de catalizador, de muestra de apoyo a iniciativas que son consideradas justas y necesarias por este comité. Ésta es la grandeza, pero también la miseria, del Premio Nobel de la Paz: mientras que los demás cómodamente certifican y recompensan, el de la Paz influye, construye, modifica, e impulsa, con todos los riesgos que eso entraña.

Pero no nos equivoquemos, el Nobel por sí solo tiene un efecto práctico puramente testimonial: brinda un impulso político muy pasajero y es financieramente insignificante para la escala de los retos que pretende solventar (un millón de Euros, menos que el ático de Zaplana en la Castellana). Supone más una palmadita en la espalda que un espaldarazo al premiado.

Y casi todos reconocemos la superioridad ética de las acciones emprendidas por Obama para alentar el diálogo y cooperación, frente al realismo político y unitaleralismo de las últimas administraciones: Guantánamo, Ley de emisiones y lucha contra el cambio climático en general, posicionamiento en Irak, apertura al Islam moderado, conversaciones para el desarmen nuclear empezando por el torpe y extemporáneo escudo antimisiles del Este de Europa, el restablecimiento de relaciones con Rusia, Cuba, Iran. Incluso en aquellas iniciativas por ahora fallidas e infructuosas como Afganistán y el conflicto palestino-israelí, al menos se abre un sano debate.

Pero si el mundo occidental, los aliados, la vieja Europa (odio el término "vieja" pero, al menos demográficamente hablando, es un calificativo adecuado para nuestro continente) no complementan la palmadita que recibirá Obama en Oslo el próximo diciembre con un verdadero espaldarazo, con hechos, ofreciendo crítica e interesada, pero también positiva, verdadera colaboración a todos los niveles (públicamente, en despachos, y sobre el terreno), el aura se debilitará, el impulso se desvanecerá y otra gran oportunidad se perderá. Máxime a tenor de los palos que está recibiendo en su propia casa por asuntos tan triviales para nosotros como su nueva Ley de Sanidad Pública (táchese lo de “Pública”, puesto que esa característica ya no procede: se ha caído del proyecto de Ley a las primeras de cambio).

Obama es un verdadero líder, un político de raza, que empezó de la nada, sin apoyo financiero ni aparato político, y que con su dominio del discurso como único recurso propio, consiguió infundir esperanza y motivar a miles voluntarios y millones de votantes. En sólo cuatro años ha conseguido un milagro, cristalizar el sueño americano: pasar de un joven y modesto senador estatal a Presidente de la primera potencia mundial. Y todo empezó con este discurso en la convención demócrata de 2004:



Estos diez minutos me convencieron para aportar mi granito de arena a su campaña. Y en el vídeo se ve claro: Obama tiene efectivamente la audacia de la esperanza.

Ayudémosle a mantenerla. Porque la esperanza, el posibilismo de los líderes es patrimonio de todos, mientras se contagie y mientras dure.