sábado, 30 de julio de 2011

Día 26 - Desamor neoyorquino

Leía ayer sábado en el periódico un artículo de Jonh Carlin en El País que resume de una manera un tanto simplista pero ciertamente eficaz cómo me sentí cuando llegué a NYC 26 días antes.

Venía a decir Vila-Matas "cuando se ha vivido en París ya no se puede vivir en ninguna parte, incluido París". El entrecomillado aquí es un licencia literaria porque no recuerdo cuál era la frase exacta. Sin embargo describe bien esa sensación que sentimos en los reencuentros, cuando volvemos a un antiguo amor.

Segundas partes nunca fueron buenas, decía el aprendiz de poeta. Y es cierto: los defectos que al principio ni veíamos y que más tarde tolerábamos felices, devienen lo más evidente en el reencuentro (o más bien desencuentro) posterior.

Así le ha ocurrido a Carlin en su reciente visita a NY. Y de alguna manera yo también he experimentado ese rechazo, aunque de manera un poco más equilibrada. Como dicen los americanos, con mixed feelings, o en cristiano, sentimientos encontrados.

Cierto es que he redescubierto muchas de las cosas que hacen grande esta ciudad infinita, la capital del mundo. Pero cada vez me resulta más evidente que la estructura del edificio socio-económico de este país, que ha servido y sirve de modelo a todo el mundo conocido, está podrida; que las bases que sentaron en su día para crear la sociedad más progresista y moderna del mundo han sido manipuladas, mancilladas por un poder económico que sustituye al antiguo poder feudal pero que mantiene el derecho de pernada para con sus vasallos, ahora llamados empleados, contribuyentes, clientes o consumidores.

Y sin embargo me quedaría otro mes.

Aquí va la nota de Carlin, en español: Desamor neoyorquino.

viernes, 22 de julio de 2011

Original Soundtrack (15): Dia 11 - Live and Let Die at the Yankee Stadium

Casi por casualidad y, en todo caso, gracias a la insistencia de Marcin asistí el viernes 15 de julio a uno de los dos conciertos que Paul MacCartney ha dado en NYC este mes. Marcin, Jago, Bibi y yo llegamos al Yankee Stadium, en el Bronx, unos 15 minutos tarde. Era mi segunda vez en el impresionante estadio, y en esta ocasión estaba aun más lleno si cabe.

Desde lo alto de la tribuna veíamos el enorme escenario bastante pequeñito, afortunadamente flanqueado por dos pantallas cual columnas de Hércules y que permitieron a los miopes ver la jeta al ex-Beatle.

Sin teloneros, salió Sir Paul a escena a eso de las 20h30 y con algún guiño a los Beatles intercalado interpretó esencialmente canciones de sus etapas con los Wings y en solitario. Una banda joven pero brillante, con un batería encorbatado que además era el animador del cotarro y dos guitarristas que podían ser sus hijos o nietos. Un líder que se quitó la chaqueta a la cuarta canción y que cambiada de instrumento cada tres o cuatro piezas: bajo, eléctrica, ukelele, piano de cola, acústica...

Al cabo de algo más de una hora y media empezó a tocar más Beatles: Eleanor Rigby, Ob la di, Get back, Let it be, Hey Jude... el truco que nunca falla: todo el estadio en pie, cantando y bailando a los Beatles, escuchando a uno de ellos, casi el último, en vivo. Mucha emoción, lo cual hoy en día no se traduce en gente ondeando mecheros, sino en todo el mundo sacando cámaras, iPhones, Blackberrys y poniéndose a grabar. Es mucho menos romántico, pero debo reconocer que desde atrás, ver miles de pantallas todo tipo de gadget con cámara, moviéndose al ritmo de la música, también es bastante emocionante. Un momento genial, histórico. Quizás estuvo de más un homenaje a John Lennon un poco traído por los pelos.

Aunque se le veía cómodo en el escenario, pensé que la vuelta a los viejos hits del casi septuagenario significaba el principio fin del concierto. Y efectivamente, a las dos horas justas del inicio del concierto, con Live and Let Die llegó la apoteosis final, fuegos artificiales incluidos. Véase una muestra cortesía de una de esas lucecitas que veía yo desde la tribuna:



Pero no fue así, el Beatle zurdo se lo estaba pasando bien, había luna llena y era su primer concierto en NYC, de manera que tocó un par más y no se hizo de rogar mucho para salir a por los primeros bises, que fueron cuatro o cinco. Para los segundos se hizo rogar un poco más. Pero lo que sí nos costó fue hacerle salir una tercera vez. Entonces, con la voz rota, y solo acompañado por su guitarra acústica nos regaló Yesterday.

69 años. Tres horas ininterrumpidas de concierto. Un portento, una fuerza de la naturaleza.
Y un repertorio de números uno que podría haber durado 3 días en lugar de 3 horas.
Magnífico, qué buena idea Marcin.

Día 17 - Ruidos en NYC: el aire acondicionado en lo alto

Es casi la una de la madrugada, de vuelta a dormir me bajo del taxi en la 96th con Broadway y camino hacia el norte. Hoy a sido uno de los días más calurosos que recuerdo en NYC, con temperaturas de hasta 37 °C y una sensación de calor de cerca de 50 °C por la humedad extrema. Aun ahora, a las dos de la madrugada, tenemos 30 °C reales y una sensación de calor de 34 °C, auténtica noche tropical.

Y precisamente caminando por Broadway en esta calurosa noche hoy he advertido uno de los ruidos característicos de esta ciudad rica en sonidos: el constante y monótono ronroneo de los aires acondicionados instalados en las fachadas de los edificios. Es como un murmullo de fondo, gris y cansino, no muy fuerte pero sí pesado y que viene de muy alto. De tan alto como lo puedan ser los edificios de viviendas de la primera mitad del siglo XX que pueblan el Upper West Side. Y tan monótono que el oído se acostumbra a él, o quizás es el cerebro quien lo filtra, resultando inadvertido en el ajetreo diario.

Nunca ha sido la calidad o el diseño en el sentido europeo un preocupación de esta sociedad súper-consumista. Aquí lo que importa es que sea grande, que funcione y si es posible (aunque no necesario) que dure. De ahí que los feos aparatos de AC (léase ei-sí) que crecen como setas sobre las fachadas sean pesados, grandes y muy ruidosos, y que, además de seguir perdiendo agua, tengan el mismo diseño de caja cuadrada que ya tenían en los años 60.

Sí, definitivamente en verano este ruido de fondo forma parte de la banda sonora de la ciudad. Pero no es fácil oírlo, yo me he dado cuenta por primera vez hoy habiendo vivido un año en la ciudad. Quizás por eso me echaron del conservatorio cuando tenía diez años.