viernes, 31 de diciembre de 2010

Preguntas inverosímiles: dónde están las bolsitas de papel...

Viajero frecuente en aviones, he constatado que de unos años a esta parte es mucho menos habitual que antes encontrar en los asientos las típicas bolsitas de papel destinadas a recoger los vómitos de pasajeros mareados por las turbulencias o simplemente por el miedo a volar.

Sin ánimo de prepotencia, lo cierto es que no recuerdo haber sentido necesidad de vomitar en un avión, ni siquiera cuando he volado con resacas monumentales, con lo cual no he tenido nunca necesidad de las bolsas de papel. Sin embargo, Rowan Atkinson nos recuerda para qué se usaban.

Entiendo que las compañías low cost decidan meter tijeretazo también en el particular, pero si el desafortunado incidente se produce y hay que limpiar sus efectos, con el coste en tiempo, productos de limpieza e incluso personal (no sé si esto entra en las funciones definidas de un Tripulante de Cabina de Pasajeros, léase azafato/a y por tanto quizás haya que subcontratar). Not reallly low cost, ¿verdad?

Pero las llamadas compañías de bandera retiran las dichosas bolsitas, de manera que la razón no debe de ser puramente económica: ¿nos hemos acostumbrado más a volar y ya no nos mareamos? ¿Hay menos baches en los cielos (sin duda un efecto colateral del cambio climático y el cambio de densidad del aire y de la formación de perturbaciones)? ¿Los pilotos conducen con más cuidado (con la mayor competencia en el oficio, quizás el nive de competencia de sus artesanos también haya aumentado)? ¿O es la tecnología de los aparatos la que aporta mayor estabilidad? ¿Usamos y/o abusamos del Almax?

Pues si, esto es todo un misterio...

¿Por qué no se encuantran ya las bolsitas de papel en los aviones? ¿eh?

miércoles, 22 de diciembre de 2010

L'italiano é molto facile e divertente...

Famosa frase ésta de aquel anuncio del curso de Italiano de Planeta DeAgostini. Hay alguna otra por ahí aun más ridícula, como la del anuncio de Cappuccino de Néscafé, donde ni siquiera es italiano lo que se habla ("Ma io non tengo auto, signorina!"). Como tampoco lo es lo que con evidente facilidad expele por la boca nuestro insigne ex-presidente don José María.

Pues yo debo de tener veleidades similares a las de Pepe Mari, porque ya en Supélec escogí italiano como asignatura optativa, junto con otras actividades igualmente importantes como equitación, bicicleta de montaña o yoga. Y aunque las clases aquellas con el Professore Cifarelli eran una broma, algo debió de quedar. Cierto es que el italiano es aun más fácil si se habla francés y catalán, y quizás por eso se me quedaron las ganas.

De manera que diez años después, en Londres, me las he arreglado para convencer a mis jefes de que el italiano es importante para mi trabajo y por eso me dan clases. Además, con un nuevo compañero, Valentino, intento hablar italiano todos los días para practicar. Incluso el mes pasado tuve varias de reuniones de trabajo en Milán que pude hacer en italiano sin demasiada dificultad.

Pero lo que me me produce más orgullo es que acabo de terminar mi primer libro (más bien librito) en italiano: "Novecento", de Alessndro Baricco. El monólogo, que dio lugar a "La leyenda del pianista en el Océano", de Giuseppe Tornatore y que fue regalo de Ester y Andrea en una visita a París allá por 2002, por fin ha caido. En un ataque de pueril vanidad, lo he puesto puntualmente en su correspondiente sección de la columna de la derecha y no he podido evitar escribir este post.

Como decía Hermida refiriéndose a los estrenos sus programas de televisión, es más importante el segundo programa que el primero. Veamos pues cuándo cae el segundo.

martes, 21 de diciembre de 2010

Personaje B: la universidad para esto...

Nuestro personaje B pertenece a la generación constitucional, por no decir post 23-F, y proviene de una familia de esa clase media que se fraguó entre el desarrollismo del tardo-Franquismo y el inicio de la democracia; Inmigrantes domésticos y conscientes del duro y largo camino a la prosperidad (que el espejismo de la burbuja inmobiliaria nos ha hecho olvidar a muchos), cristalizan su inquietud social y política mediante una modesta actividad política no profesional, en esa escala suficientemente pequeña que todavía hace albergar esperanzas por la política en este país. Pongamos el marco en algo un poco entre los Alcántara de Cuéntame o esas generaciones de Montillas y Corbachos

Siguiendo el modelo nacional de la democracia, B benefició del sistema educativo español y engrosa ahora las filas de los titulados universitarios españoles a quienes no satisface ni el trabajo y ni la vida que cinco años de estudios y la sociedad ponen a su disposición. Pasa unos meses por Londres con la excusa de aprender inglés, se gana la vida sirviendo cafés en una cadena de cafeterías por un sueldo ridículo, y vive una experiencia intensa: el desvirgamiento, la primera erasmus.

Pero el sentido común y el camino más transitado son poderosos y vuelve al redil. Tras un corto tiempo por el recto camino, como buen culo de mal asiento, a B le pica el gusanillo y decide hacer algo diferente. Se enamora de Cuba y de los cubanos y decide dejarlo todo por la aventura. Aventura que, como muchas veces, no sale del todo bien o no es sostenible. Vuelta a casa y siga buscando.

Efectivamente, una vez la inquietud se instala en uno, es difícil ignorarla o domarla, y la cabeza sigue pensando en maneras y pretextos para conseguir la adrenalina de largo recorrido que supone la aventura en el extranjero o del camino menos transitado (que me lo digan a mí).

Surge entonces una oportunidad. Siempre las hay, para quien las busca. Enseñar su lengua en una pequeña comunidad en lo más profundo de los Estados Unidos con un visado especial para individuos con habilidades únicas (la lengua en este caso). La vida en la América Profunda es agradable pero no exenta de aventuras de todo tipo. Es una época feliz. Pero la política migratoria estadounidense es bastante dura (como las Europea, by the way). Y la experiencia toca a su fin irremisiblemente.

Sin embargo hay una posibilidad de renovación. Algo que B quiere intentar. Los procesos burocráticos son largos y tediosos, y a veces exigen plazos poco razonables. De manera que mientras espera a que se le conceda un nuevo visado E-1 para gente con "special skills", y después de unos meses en casa, nuestro personaje, ni corto ni perezoso decide volver a Londres para seguir viendo mundo y gente. Su actividad alimentaria, también en el sector servicios, esta vez se desarrolla en una tienda de ropa perteneciente a una gran cadena internacional, y su sueldo es igual de ridículo que lo fue en el pasado. Apenas lo suficiente para pagarse el (carísimo) alquiler, el sustento básico y algunos caprichos como las salidas a bares de salsa en las que nos encontramos a veces.

B está en Londres en tránsito a ninguna parte, buscando y esperando ese algo indefinido, lejano y prácticamente inalcanzable con el que muchos soñamos, que algunos se atreven a perseguir y unos pocos (dice la leyenda) alcanzan. Y todo por no transigir con el modelo habitual, el que todas las suegras quieren para sus nueros y yernas.

Decía Cavafis (a quién leo por fin sin las muletas del maestro Llach) que lo importante no es llegar a Ítaca, sino la aventura del viaje hasta la isla.

A veces el viaje parece jodidamente largo y no hay Tom-tom que valga.

Ánimo.