viernes, 31 de diciembre de 2010

Preguntas inverosímiles: dónde están las bolsitas de papel...

Viajero frecuente en aviones, he constatado que de unos años a esta parte es mucho menos habitual que antes encontrar en los asientos las típicas bolsitas de papel destinadas a recoger los vómitos de pasajeros mareados por las turbulencias o simplemente por el miedo a volar.

Sin ánimo de prepotencia, lo cierto es que no recuerdo haber sentido necesidad de vomitar en un avión, ni siquiera cuando he volado con resacas monumentales, con lo cual no he tenido nunca necesidad de las bolsas de papel. Sin embargo, Rowan Atkinson nos recuerda para qué se usaban.

Entiendo que las compañías low cost decidan meter tijeretazo también en el particular, pero si el desafortunado incidente se produce y hay que limpiar sus efectos, con el coste en tiempo, productos de limpieza e incluso personal (no sé si esto entra en las funciones definidas de un Tripulante de Cabina de Pasajeros, léase azafato/a y por tanto quizás haya que subcontratar). Not reallly low cost, ¿verdad?

Pero las llamadas compañías de bandera retiran las dichosas bolsitas, de manera que la razón no debe de ser puramente económica: ¿nos hemos acostumbrado más a volar y ya no nos mareamos? ¿Hay menos baches en los cielos (sin duda un efecto colateral del cambio climático y el cambio de densidad del aire y de la formación de perturbaciones)? ¿Los pilotos conducen con más cuidado (con la mayor competencia en el oficio, quizás el nive de competencia de sus artesanos también haya aumentado)? ¿O es la tecnología de los aparatos la que aporta mayor estabilidad? ¿Usamos y/o abusamos del Almax?

Pues si, esto es todo un misterio...

¿Por qué no se encuantran ya las bolsitas de papel en los aviones? ¿eh?

miércoles, 22 de diciembre de 2010

L'italiano é molto facile e divertente...

Famosa frase ésta de aquel anuncio del curso de Italiano de Planeta DeAgostini. Hay alguna otra por ahí aun más ridícula, como la del anuncio de Cappuccino de Néscafé, donde ni siquiera es italiano lo que se habla ("Ma io non tengo auto, signorina!"). Como tampoco lo es lo que con evidente facilidad expele por la boca nuestro insigne ex-presidente don José María.

Pues yo debo de tener veleidades similares a las de Pepe Mari, porque ya en Supélec escogí italiano como asignatura optativa, junto con otras actividades igualmente importantes como equitación, bicicleta de montaña o yoga. Y aunque las clases aquellas con el Professore Cifarelli eran una broma, algo debió de quedar. Cierto es que el italiano es aun más fácil si se habla francés y catalán, y quizás por eso se me quedaron las ganas.

De manera que diez años después, en Londres, me las he arreglado para convencer a mis jefes de que el italiano es importante para mi trabajo y por eso me dan clases. Además, con un nuevo compañero, Valentino, intento hablar italiano todos los días para practicar. Incluso el mes pasado tuve varias de reuniones de trabajo en Milán que pude hacer en italiano sin demasiada dificultad.

Pero lo que me me produce más orgullo es que acabo de terminar mi primer libro (más bien librito) en italiano: "Novecento", de Alessndro Baricco. El monólogo, que dio lugar a "La leyenda del pianista en el Océano", de Giuseppe Tornatore y que fue regalo de Ester y Andrea en una visita a París allá por 2002, por fin ha caido. En un ataque de pueril vanidad, lo he puesto puntualmente en su correspondiente sección de la columna de la derecha y no he podido evitar escribir este post.

Como decía Hermida refiriéndose a los estrenos sus programas de televisión, es más importante el segundo programa que el primero. Veamos pues cuándo cae el segundo.

martes, 21 de diciembre de 2010

Personaje B: la universidad para esto...

Nuestro personaje B pertenece a la generación constitucional, por no decir post 23-F, y proviene de una familia de esa clase media que se fraguó entre el desarrollismo del tardo-Franquismo y el inicio de la democracia; Inmigrantes domésticos y conscientes del duro y largo camino a la prosperidad (que el espejismo de la burbuja inmobiliaria nos ha hecho olvidar a muchos), cristalizan su inquietud social y política mediante una modesta actividad política no profesional, en esa escala suficientemente pequeña que todavía hace albergar esperanzas por la política en este país. Pongamos el marco en algo un poco entre los Alcántara de Cuéntame o esas generaciones de Montillas y Corbachos

Siguiendo el modelo nacional de la democracia, B benefició del sistema educativo español y engrosa ahora las filas de los titulados universitarios españoles a quienes no satisface ni el trabajo y ni la vida que cinco años de estudios y la sociedad ponen a su disposición. Pasa unos meses por Londres con la excusa de aprender inglés, se gana la vida sirviendo cafés en una cadena de cafeterías por un sueldo ridículo, y vive una experiencia intensa: el desvirgamiento, la primera erasmus.

Pero el sentido común y el camino más transitado son poderosos y vuelve al redil. Tras un corto tiempo por el recto camino, como buen culo de mal asiento, a B le pica el gusanillo y decide hacer algo diferente. Se enamora de Cuba y de los cubanos y decide dejarlo todo por la aventura. Aventura que, como muchas veces, no sale del todo bien o no es sostenible. Vuelta a casa y siga buscando.

Efectivamente, una vez la inquietud se instala en uno, es difícil ignorarla o domarla, y la cabeza sigue pensando en maneras y pretextos para conseguir la adrenalina de largo recorrido que supone la aventura en el extranjero o del camino menos transitado (que me lo digan a mí).

Surge entonces una oportunidad. Siempre las hay, para quien las busca. Enseñar su lengua en una pequeña comunidad en lo más profundo de los Estados Unidos con un visado especial para individuos con habilidades únicas (la lengua en este caso). La vida en la América Profunda es agradable pero no exenta de aventuras de todo tipo. Es una época feliz. Pero la política migratoria estadounidense es bastante dura (como las Europea, by the way). Y la experiencia toca a su fin irremisiblemente.

Sin embargo hay una posibilidad de renovación. Algo que B quiere intentar. Los procesos burocráticos son largos y tediosos, y a veces exigen plazos poco razonables. De manera que mientras espera a que se le conceda un nuevo visado E-1 para gente con "special skills", y después de unos meses en casa, nuestro personaje, ni corto ni perezoso decide volver a Londres para seguir viendo mundo y gente. Su actividad alimentaria, también en el sector servicios, esta vez se desarrolla en una tienda de ropa perteneciente a una gran cadena internacional, y su sueldo es igual de ridículo que lo fue en el pasado. Apenas lo suficiente para pagarse el (carísimo) alquiler, el sustento básico y algunos caprichos como las salidas a bares de salsa en las que nos encontramos a veces.

B está en Londres en tránsito a ninguna parte, buscando y esperando ese algo indefinido, lejano y prácticamente inalcanzable con el que muchos soñamos, que algunos se atreven a perseguir y unos pocos (dice la leyenda) alcanzan. Y todo por no transigir con el modelo habitual, el que todas las suegras quieren para sus nueros y yernas.

Decía Cavafis (a quién leo por fin sin las muletas del maestro Llach) que lo importante no es llegar a Ítaca, sino la aventura del viaje hasta la isla.

A veces el viaje parece jodidamente largo y no hay Tom-tom que valga.

Ánimo.

martes, 16 de noviembre de 2010

Personaje A: el trader

En esta nueva sección, enésima que declaro inaugurada (de las muchas que nunca he continuado) y que etiquetaré "personajes/gente", hablaré de seres humanos reales con los que me cruzo en Londres y que permitirán al lector aprehender la diversidad de la fauna local. Procuraré evitar juicios de valor en esta sección.

Empecemos con uno de los más llamativos de los que frecuento, no sin ese toque de amarillismo contagiado por la maravillosa televisión española (en minúsculas) y la prensa escrita de masas británica. Nuestro personaje A es un trader de productos energéticos de cierto renombre en la profesión, de mediana edad (digamos entre los 40 y los 50), un Inglés de toda la vida que ha pasado por varias multinacionales energéticas sin salir de Londres.

A nació en el seno de una familia acomodada, tiene algo de sobrepeso, lleva camisas de los colores más horrorosos que se pueda imaginar y se le adivina esa cara traviesa infantil que algunas personas no pierden nunca. A A le ha ido muy bien en la vida. A entiende los mercados energéticos y se ha acostumbrado a tomar riesgos. Apostó mucho y ganó aun más en estos mercados y hoy su reputación es de sobra conocida, de la misma manera que su cuenta en banco padece de obesidad mórbida por la ingestión de tamaños bonus.

Cuando no trabaja, que son muy pocos momentos del día o la noche, A colecciona coches. Le gustan los Ferraris y los Lamborghinis. Tiene al menos cinco – que yo haya visto en su plaza de aparcamiento, todos ellos de colores tan horrorosos como sus camisas y por un valor agregado superior al millón de libras. Para los indiscretos o amantes de los coches, estos son dos de los que he identificado: Murciélago y F599. Asegura que es una actividad rentable, ya que para obtener estos coches hay que hacer meses o años de lista de espera y muchas veces se venden más caros en el mercado de ocasión. Digamos entonces que cuando no trabaja de trader de energía, hace trading de deportivos de lujo, tomando posiciones habitualmente largas para especular después con el precio al alza en el mercado secundario. Imagino que el coste de cash and carry (uséase, el espacio de aparcamiento en su casa o de los seguros) es un coste hundido en este negocio…

Pero A es también jefe de un equipo. Alguien a quien le cuesta mirar a la gente a la cara cuando habla y a quién sólo se le pueden arrancar más de dos palabras seguidas si son sobre coches o relojes (ah, también hace trading de relojes). El resto del tiempo se comunica por gruñidos o mensajes de correo electrónico de entre tres y cinco palabras. Pese a tener una buena visión, yo creo que esencialmente no le gusta gestionar cosas ni gente, relacionarse con otras personas. Mientras produzca dinero, nadie dirá nada y seguirá ganando galones. Veremos el año que se le dé mal.

A también tiene contradicciones: es alguien capaz de escaquearse de la forma más vil del pago a escote de una botella pedida en un bar en una noche de exceso con otros compañeros de trabajo, y dejar pagar a pipiolos que cobran sólo una fracción de lo que él gana.

Edad: 45
Estado civil: en matrimonio, con varios hijos
Ocupación: trader, sector financiero
Alojamiento: detached house familiar en las afueras con sitio para todos sus coches
Salario: indefinido pero superior a ₤ 1m anuales

jueves, 21 de octubre de 2010

Original Soundtrack (11): Hill Street Blues

Porque por fin me he hecho con la primera temporada de Canción Triste de Hill Street. La madre de todas las series. Y porque he tenido tiempo de ver tres episodios esta misma noche, la primera del invierno en Londres.
Aquí va el genérico de la serie, con su inmortal melodía (compuesta por el especialista en series de televisión Mike Post e interpretada por el histórico, estupendo pero discreto guitarrista Larry Carlton).

Aunque suene a abuelo cebolleta, ya no hacen series de este calibre: la complejidad de los personajes combinada con la sencillez casi real de las historias y las miserias de su día a día desplazan casi a cualquier serie actual que se me pueda ocurrir... ¿quién da más?

Ah, y tengan cuidado ahí fuera...

martes, 21 de septiembre de 2010

Un nuevo deporte: UpInTheAiring

Vuelta de vacaciones, primer viaje de curro en casi dos meses, Madrid. Escribiendo desde la cama del nada recomendable NH Habana…

Ya se me había olvidado la liturgia de maleta, maletín, billetes de avión, taxis y trenes. La rutina de perder tres noches en casa la misma semana, la limitación de no poder quedar con gente en Londres, de no poder ver una peli tranquilamente o de comer algo hecho en casa, aunque sea pasta al pesto, de no poder ir en bici a trabajar, de tener que guardar todos los recibos en la cartera a reventar, o de soportar retrasos en Barajas…

También se me había olvidado la excitación de preparar la maleta por la mañana deprisa y corriendo, en el último minuto; de cuadrar reuniones con apenas tiempo para ir de un sitio a otro, de reservar los billetes y buscar hotel, de salir de la oficina temprano para ir al aeropuerto, de quedar por la noche con gente en Madrid, o hacer alguna compra en un rato muerto, o incluso de obtener puntos Iberia Plus. Estrés positivo lo llaman.

Y yo estoy sometido a mucho estrés positivo, el de corto plazo. Y para muestra, mi programa de esta tarde:

- 17h32: salida de la oficina en Victoria.
- 17h34: taxi hacia la estación de Paddington;
- 17h48; llegada a Paddington
- 17h54: se cierran las puertas del Heathrow Express. Esta vez he podido comprar el billete sin - recargo antes de subir al tren: generalmente llego más justo de tiempo.
- 18h14: llegada a la estación de la terminal 3, con cuatro minutos de retraso.
- 18h21: impresión de la tarjeta de embarque en el mostrador de Iberia (previamente facturado desde mi Blackberry)
- 18h33: paso los controles de seguridad y de pasaportes
- 18h41: llegada a la puerta de embarque número 3 cuando ya no quedan pasajeros por embarcar (no hacer cola aquí tiene mérito). Atasco en el finger al entrar en el avión: 4 minutos que aprovecho para conversar con Jaume por teléfono.
- 18h50 cierre de puertas, armamento de rampas y cross-check.
- [alrededor de 19h15, opcional y en función del desodorante: obtención del nombre y teléfono de la azafata]

Nótese que el menda puede coger un avión sin tener que sentarse a esperar en ninguna sala de espera. Y mejor todavía, sin correr en ningún momento. He llegado a tal nivel de refinamiento que lo he convertido en un arte, en una actividad deportiva.

De hecho es un deporte de riesgo en toda regla, porque si falla uno sólo de los eslabones, hay que correr como un poseso y hay un riesgo nada despreciable de terminar perdiendo el avión. Adrenalina, estrés positivo, y también algo de sudor, aunque no se corra. Si las cosas salen mal o hay que recurrir a la carrera de fondo con traje y maletas, se añaden maldiciones y promesas vanas de ajustar menos la próxima vez.

Es un deporte. Llamémoslo UpInTheAiring: y definámoslo como la disciplina en que se consigue tomar un vuelo y desde la salida de casa/la oficina hasta que se sienta uno en el avión (a) no se corre en ningún momento (definición de correr: separa ambos pies del suelo al mismo tiempo) y (b) no se toma asiento en ninguna sala de espera ni se pasan más de cinco minutos esperando de pie.

Tomo el nombre prestado de la película porque me es próximo, aunque reconozco que hay diferencias claras: Clooney tenía un estatus superior de viajero frecuente y se pasaba la vida el lounge de American Airlines; el menda en cambio suele viajar en económica, y la Iberia Plata sólo sirve para saltarte colas en la facturación, pero no te dan ni un croissant.

¿Quizás próxima disciplina olímpica de exhibición en Londres 2012?

domingo, 29 de agosto de 2010

Coincidencias Londinenses: Yo y Vladimir, Vladimir y yo.

Coincidencias. La vida está hecha de coincidencias de todos los tipos: afortunadas, improbables, terroríficas, inofensivas, graciosas, destructoras, imposibles, catalizadoras… o simplemente incatalogables.

Una de estas casualidades me llamó la atención al poco de mudarme a Lloyd Street; pero vayamos por partes:

En 2001, en mi primera estancia en París durante dos meses y medio para hacer mi proyecto de fin de carrera en General Electric, compartí un appart en el 6 rue Marie Rose, sexto piso. Allí, pagando una auténtica fortuna por 55 metros cuadrados generosamente contados, vivimos cuatro compañeros de Supélec: Fáquer, Napo, Elena y yo; en una huida necesaria tras dos años en el bucólico campus de la escuela a las afueras de París y con la excitación de vivir por fin dentro de los confines del glamour parisino.

Casualmente, en el mismo edificio, en el portal contiguo, el número cuatro, residió Vladimir Illich Ulianov, alias Lenin, en su etapa parisina entre 1909 y 1912. Su apartamento incluso se convirtió en un museo sin pretensiones, un lugar de peregrinación para nostálgicos o idealistas fieles aun al ideario extraviado; lo que he podido encontrar en Internet me hace pensar que hoy en día muy probablemente este discreto y barato museo esté cerrado. Y es que el pensamiento único actual y la flagrante y generalizada falta de cultura reinante, necesaria para que el diseño societal que nos han dado funcione, están acabando con todo atisbo de crítica y sus huellas históricas. Hablando en plata, seguramente no han conseguido los 12.000 euros de subvención que necesitan para que funcione decentemente, básicamente porque alguien se los ha fumado.

Ni que decir tiene que ser vecinos de Lenin, para jóvenes de la generación X (la última que creció con el telón de acero aun levantado), es una coincidencia digna de mención, reveladora de que París, el lugar en el que habíamos decidido instalarnos a vivir, es realmente un lugar con mucha Historia y no menos historias.

Pues bueno, la concidencia aumenta cuando, en 2009, a los pocos días de mudarme al 16 Lloyd Square, todavía probando el camino más agradable para ir a trabajar, me encuentro a unos pocos metros de casa, atravesando Percy Circus, la siguiente placa:


Y es que el camarada Vladimir también vivió en Londres algunas temporadas entre 1902 y 1911, para proseguir su actividad política y su estudio (no sin dificultades obtuvo un pase de lector para la British Library, en la vecina Euston Road). Parece cuando menos curioso que servidor haya sido, por dos veces, en dos capitales europeas distintas y con un siglo de diferencia, vecino de este personaje histórico.

Aunque nos han repetido muchas veces que correlación no implica causalidad, también es cierto que no tiene por qué implicar casualidad. Así pues, tras un breve análisis biográfico del personaje, concluyo que es posible (sin valorar la probabilidad de la cuestión) que en un futuro no muy lejano, la City de Manel sea Zurich, Moscú o San Petersburgo.

Original Soundtrack (10): Art Blakey & The Jazz Messengers

Otro disco que suena últimamente mucho en casa (aunque Jaume proteste cuando está por aquí) es Moanin', Art Blakey and The Jazz Messengers.

Importantes exponentes del hardbop, la banda liberada por el batería me era completamente desconocida hasta que una casualidad los puso en mi camino, o más bien en mi oído. Una tarde de domingo lluvioso en Soho, después del brunch con Arnaud y Deborah en Bohème, ésta nos llevó a una de las librerías más clásicas de Londres, Foyles.

Templos de acumulación del apasionante e insustituible papel impreso, la librerías me vuelven un poco loco, como si de un parque de atracciones se tratase. Puedo pasar horas en ellas, incluso sin comprar nada, sólo recorriendo estanterías y leyendo reseñas en las contraportadas de todas las secciones. Pero esto es madera para otra entrada,nosotros a lo nuestro. Después de vagar hora y pico por los primeros cuatro pisos de la librería, llego al quinto, dedicado a la música: una infinidad de libros sobre música y todo tipo de métodos musicales y partituras. En una de las esquinas del edificio, pasando por una puerta, hay una tienda de discos (ahora que el vinilo vuelve a estar en boga, me parece adecuado volver a utilizar esta denominación), una tienda que solo vende discos de Jazz.

Casi vacía, con ventanales que permiten ver el cielo gris sobre Soho, la tienda la lleva un dependiente que se pasea por los pasillos ordenando CDs y vinilos con el cariño de quien organiza su propia discoteca. De vez en cuando se vuelve al mostrador para cambiar el disco que está sonando. La canción que suena es Along Came Betty, de Art Blakey y los Jazz Messengers. Me lo llevo en una versión de Blue Note:


La canción que da título al álbum también es sobrecogedora. Aquí en directo. Lo siento, Jaume ;o)

miércoles, 4 de agosto de 2010

Dos años de Manel & The City

Hace algo más de dos años que Manel & The City vio la luz un domingo de resaca, en la calle 96 del Upper West Side, apenas empezadas las clases y mientras aun buscaba alojamiento para pasar el resto del año.

Éste es el texto que escribí entonces a modo de descripción del sitio:
"13 de julio de 2008: Llegué hace una semana a Nueva York (desde ahora NYC) a estudiar durante algo más de un año. Aquí publicaré comentarios y pensamientos acerca de esta experiencia".

Y esta es la primera entrada que firmé:

Inauguracion del blog Manel & The City
"Hoy, domingo 13 de julio, a las 10h19 Eastern Time, una semana despues de mi llegada a NYC, inauguro este blog".

Sin pompa ni circunstancia, y lo que es peor, sin acentos."

Al poco tiempo, conseguí incluso cambiar la configuración del teclado para escribir con acentos. Seis años de ingeniería deberían servir para algo... Ahora sigo escribiendo en configuración en español, sea cual sea el teclado que tenga.

Muy rápido ha pasado el tiempo. Afortunadamente, di de alta un servicio de estadísticas que permite poner las cosas a escala natural. Estos son algunos de los números que tiene Manel & The City desde su creación hasta hoy mismo, 4 de agosto:
  • 171 artículos publicados (uno cada 4,4 días)
  • 4 seguidores declarados
  • 4.066 usuarios únicos visitaron el blog
  • 9.514 visitas realizadas en total*
  • 16.862 páginas vistas
  • 2'07" de duración media de cada visita
  • 73 países distintos en origen de las visitas, abriendo la clasificación por número de visitas España, seguida de Estados Unidos, Reino Unido, Francia, México, República Dominicana y Colombia; y con presencia meramente accidental de Indonesia, Austria, Egipto, Croacia y Hungría.
No sé de qué habrá servido todo esto a esos cuatro seguidores, o a los 4.066 visitantes. En cualquier caso, a mi me sigue sirviendo escribir lo que se me pasa por la cabeza con cierta regularidad.

*Aunque es interesante ver estas cifras, como toda estadística, estos números mienten. Muy probablemente una cuarta parte de las visitas sean mías.

martes, 3 de agosto de 2010

Las glorias deportivas...


11 de julio, final de la Copa del Mundo de fútbol en Suráfrica.

Domingo por la noche. Después de un fin de semana de despedida de soltero en Valencia, estoy en el aeropuerto, esperando el vuelo de Easyjet que me llevará de vuelta a Londres. No hay ni una sola pantalla de televisión en el aeropuerto, pero algunos viajeros con ordenador y conexión a internet ponen el partido en la sala de espera y detrás de cada pantalla se arremolinan un par de docenas de personas. Por una vez el retraso del avión no me molesta. Llegamos a la prórroga. Empezamos a embarcar. Los últimos entramos al final de la primera parte de la prórroga. La página del New York Times para blackberry es la más eficiente para conocer resultados (están en portada y se refresca muy a menudo). El avión cierra puertas y abandona su aparcamiento. Desoyendo las instrucciones, sigo consultando el Blackberry: refresh. Avanzamos por la pista auxiliar. Refresh. Maniobra para entrar en pista. Refresh. Estamos en cabecera de pista. Refresh. Minuto cinco de la segunda parte de la prórroga y sigue el empate. El avión empieza a rodar y la aceleración me hunde en al asiento. Apago el Blackberry. Mi madre va a tener razón y gana Holanda en los penaltis.

Con viento de poniente, la pista está configurada para un despegue hacia el Oeste (hacia Madrid), pero la ruta establecida por el control aéreo obliga a hacer los primeros cientos de kilómetros sobre el mar. Viramos enseguida y pasamos cerca del aeropuerto. Han pasado 5 minutos y como siempre escojo bien ni asiento, veo la ciudad de Valencia iluminada por la ventanilla (verdadera ciudad de la luz gracias a la inversión municipal en farolas). Han pasado 6 minutos y me pregunto si debería encender el Blackberry antes de estar a demasiada altitud. Veo, miro la ciudad de Valencia, hechizado como siempre por la perspectiva desde el cielo.

Un estallido mudo. Un flash silencioso, un relámpago. No. Son cohetes. Por todos lados. Así abajo.En algunos sitios fuegos artificiales, con formas y colores, a cámara lenta. No oigo nada. No necesito mirar el reloj. Lo sé. Aun es tiempo de prórroga. Como también sé que España ha marcado, que hemos ganado el partido, que somos campeones del mundo (permítaseme por una sola vez este odioso plural deportivo-mayestático).

Emocionante y estética manera de ver un partido, de leer su resultado: en el cielo oscuro y mudo de Valencia. El comandante confirma el resultado diez minutos después, cuando ya sólo veo el reflejo de la luna en el Mediterráneo.

Esa misma noche, con seis horas de diferencia, el Empire State enarbola la bandera rojigualda por primera vez, al igual que una cantidad nunca vista de españoles. En Londres las celebraciones también son apoteósicas, con Picadilly Circus y Trafalgar Square teñidas de rojo incluso en el agua de sus fuentes. Son momentos de emoción incluso para los no futboleros. Cohetes, banderas, música, cláxones. Bien es cierto que el espectáculo del lunes en Madrid con la selección, recibida cual César y sus legiones tras una campaña victoriosa, será más bochornoso y artificial.

De las glorias deportivas, que campean por España
Va el Madrid con su bandera limpia, blanca, que no empaña...

Y además del Madrid y de la selección (o el Barça, que para el caso es lo mismo), va Nadal con Wimbledon, va Gasol y su nuevo anillo, la selección de Baloncesto, va Olazabal recuperado, va Contador y su Tour, va Alonso y su último podio con Ferarri... cuántas Glorias Deportivas juntas.

Parece que en tiempos de crisis, el deporte (y el deportista) español saca todo lo que tiene dentro. Y España se convierte en una potencia deportiva, admirada por todos. Incluso la misma ciudad que, desde Wall Street, a base de intereses sobre su deuda pública, hunde las economías del Sur de Europa (ya basta de decir periféricas, euro-mediterráneas, PIIGS o GIPSI; en el fondo es el la dicotomía Norte-Sur de toda la vida), la homenajea dos días seguidos desde la cima de su edificio más emblemático. ¿Será España ese King-Kong asustado que se encaramaba al rascacielos simplemente para caer desde más alto?

Pan y circo. En los países cristianos del Sur de Europa nunca falta el pan. Y ahora tenemos el circo con todas estas victorias deportivas. ¿Impulsará el consumo el buen humor por estos triunfos? ¿Aumentará la confianza y el optimismo, facilitando la inversión? ¿Habrá un impacto real en el PIB? Sabemos que en las raíces de las crisis financieras se sitúa generalmente un problema de percepción, de expectativas. Quizás sólo hacía falta esta impulsión de optimismo y un poco de calma política para que España levante al cabeza, como dicen aquellos.

Para finalizar, quisiera que conste que esta entrada debía ser en principio sólo un corto párrafo de apoyo a la magnífica foto del Empire State vestido de España.

jueves, 29 de julio de 2010

Original Soundtrack (9): Leva-me aos fados

Sábado por la mañana. Lisboa. Bairro Alto. Tras un viernes de reuniones, me he quedado un día para pasear por la ciudad. Sólo he estado una vez antes aquí, de turismo, un viaje memorable. Esta vez no tengo guía, ni mapa. Camino por impulsos, de memoria. Y me gusta.

Es temprano, recorro la Rua da Rosa, una de las arterias del barrio, infestada de bares y de tiendas de diseño bo-bo. Todavía están limpiando los restos de la fiesta de anoche: botellas, vasos, papeles, cristales rotos, alguna vomitona. A golpe de manguera, como en los viejos tiempos. Todos los bajos están cerrados (la mayoría son bares que habrán cerrado sólo unas horas antes). Las ventanas y los balcones están abiertos. Llenos de plantas. Con las tiendas y bares de diseño cerrados, todo parece viejo, decadente, como el Barrio del Carmen hace 20 años, un Beirut todavía en proceso de reconstrucción.

Camino de arriba abajo, callejeando por el Bairro mientras se despierta. Señoras viejas, gordas y peludas empiezan a poblar las calles, van muy despacio de compra al colmado de la esquina o de paseo hacia la parte baja de la ciudad. Señores viejos, gordos y calvos salen a la calle a tomar el fresco, a conversar con los repartidores, los barrenderos y también con los otros señores viejos, gordos y calvos. Poco a poco el barrio se levanta, se despereza, abre sus ventanas y ventila los cuartos húmedos y con desconchados. Los bajos abren, se entrega el pan, se descarga algún camión e incluso empiezan algunos trabajos.

Vuelvo a recorrer la Rua da Rosa en sentido contrario, ahora mucho más animada. Se oye música en algunas casas, sale de las ventanas y de los balcones camuflados por frondosas plantas y sábanas recién tendidas. Algunas casa dejan sus puertas abiertas, se oyen fados. Es la banda sonora del Bairro. Los señores viejos, gordos y calvos escuchan. Es sábado por la mañana, pero el tiempo no importa.

Se oyen fados.

Más tarde, al pasar por la FNAC del Chiado, no puedo evitar comprarme un par de discos de Fado. Bairro Alto enlatado. Y ahora lo escucho en Londres antes de irme a dormir. Mañana estaré cansado, pero el tiempo no importa.

Leva-me aos fados de Ana Moura; suena ahora mismo en casa la canción que da nombre al álbum:

martes, 27 de julio de 2010

Road Trip Diaries, 6 (epilogue)

Principios de junio de 2009. On the road again tras dos días de excursiones por el Grand Canyon, de camino a Santa Mónica siguiendo la mítica Route 66. Creo que es por la mañana, y yo estoy de mal humor porque en votación se ha decidido tomar la autopista en lugar de la antigua carretera con un solo carril por sentido. Me toca conducir a mí, y tenías ganas de llevarlo por la calzada legendaria.

Suena un iPod en el coche; Queen, Bohemian Rapsody. Sale solo. La penúltima stravaganzza, Bohemian Roadtrip, montada con algunas imágenes de otros momentos del viaje. Esta vez no es playback como en la anterior:

sábado, 17 de julio de 2010

Coincidencias Londinenses: República Española en 2010

Hoy y mañana se cumple el 74 aniversario del fallido pronunciamiento militar contra la República Española que desembocó en Guerra Civil, y ulteriormente en dictadura hasta 1975. Afortunadamente ya no se celebra como antaño el Día del Alzamiento, pero memoria histórica obliga y los anglosajones n'y sont pas pour rien.

Instalados en una (demostradamente desastrosa) estrategia de apaciguamiento hacia los fascismos que proliferaban en la época en Europa y muy especialmente para con Hitler y su Alemania nazi, los británicos forzaron una pantomima llamada "no-intervención" que perjudicó esencialmente a uno sólo de los bandos en la contienda, el leal, republicano, rojo o constitucional. Aunque tentador, es un ejercicio fútil elucubrar sobre el presente de España si otro gallo nos hubiese cantado en aquel momento.

Sin embargo, a la vista de algunos hechos que describo más adelante, podría parecer que los anglosajones, aunque sea de manera inconsciente, aun tienen pequeños detalles que demuestran un latente sentimiento de culpa, o quizás mejor, cierta simpatía por la causa perdida tiempo ha, entre otras cosas gracias a su inestimable ayuda.

No os dejéis engañar, esto es por puro interés: en una elaborada teoría de la conspiración de mi propia cosecha, asevero que algunos elementos subversivos cuyo objetivo es hacer caer la casa de Windsor e instaurar una república en la Commonwealth están utilizando (al igual que Hitler en su momento) al Reino de España como campo de pruebas, intentando desencadenar la III República Española. Pero las bombas que usan no son como las que dejó caer Adolfo sobre Guernica en el primer bombardeo a una población civil de la Historia. Son más sutiles. Y a las pruebas me remito.

Todo empezó en Australia en 2003, en la final de la Copa Davis, donde un complot facilitó a James Morrison una versión "equivocada" del himno de España que, dicho sea de paso, interpretó con gran maestría:



La última de estas acciones desestabilizadoras es la proscripción del famoso polillo que puso de moda Aznar con la banderita de España en cuello y mangas, sustituyéndolo por uno similar pero con la bandera de la República. Se distribuye en grandes almacenes de ropa por todo Londres y por un precio muy ajustado y está haciendo furor: ya he visto a varios compañeros de trabajo vistiéndolo en nuestros casual Fridays, y yo me voy a comprar una docena esta misma tarde, para celebrar el Alzamiento Nacional. Acepto encargos.

viernes, 2 de julio de 2010

Primer aniversario

29 de junio de 2010, Barajas, esperando a embarcar en el avión que me llevará a Londres después de una noche corta y un largo (y por una vez provechoso) día de reuniones en Madrid. Por todo equipaje llevó un maletín con un libreta, un boli Bic, tarjetas de visita, un libro de relatos de Bolaño, mi pijama, mi cepillo de dientes, una muda, una corbata y una camisa. He podido adelantar mi vuelo de regreso y llegaré a las once de la noche de este martes.

Y entonces caigo en la cuenta.

29 de junio de 2009, sólo hace una semana que he vuelto de Estados Unidos. Casi a media noche llego a Gatwick con dos maletas para instalarme indefinidamente en Londres y empezar el 1 de julio mi nuevo trabajo. Me pagan dos semanas de hotel; como la experiencia es un grado, Arnaud un buen amigo e internet una herramienta de gran utilidad, al día siguiente ya nos hemos decidido y el día 11 me mudo al 16 de Lloyd Street.

Un año.

Y en la misma fecha hago el mismo vuelo. Con mucho menos equipaje. Con más familiaridad. ¿Quizás en una metáfora de lo que ha sido o ha significado este año?

No lo sé. No sé cómo me siento con respecto al año pasado aquí. Ni siquiera sé si me debería sentir de algún modo con respecto a esto.

Antes de embarcar, me llega un email de la agencia inmobiliaria. Tras varios e insulsos intercambios, nos proponen un aumento del alquiler del 8% para renovar el contrato de arrendamiento, en lugar del 10% propuesto inicialmente.

Contesto que sí y subo al avión.

lunes, 21 de junio de 2010

Preguntas inverosímiles: ¿Retrete o urinario?

Es un problema universal. O al menos yo lo entiendo así (si es que un problema que afecta a algo menos de la mitad de la población mundial puede calificarse de esta manera).

Todos nosotros (uso el masculino plural no como forma general del plural, sino porque me refiero aquí al subgrupo de población de ese género) pasamos por ello. A diario. Es un hecho ampliamente constatado que los varones orinamos de pie la inmensa mayoría de las veces. Haciendo un cálculo rápido con unas hipótesis simples (3.000 millones de hombres en el planeta, con una actividad miccional media de dos veces al día, hacen más de dos billones anuales de idas al baño para cambiar el agua al canario), apercibimos la magnitud del asunto. Y sin embargo no existe una solución universal a este problema, asevero. Examinémoslo detenidamente.

Aunque requiere de ciertas nociones de física para su total comprensión, el problema es en realidad bien simple: el hombre muy habitualmente tiene dos opciones cuando se dispone a hacer aguas menores y debe tomar una decisión crucial, elegir entre un retrete clásico o un urinario de pared. ¿Cuál es pues la mejor elección?

Existen múltiples variables a tener en cuenta, tales como:
1) La privacidad. Los retretes suelen tener puertas (puesto que también se usan para hacer número 2) y por tanto posibilitan un aislamiento que permite a los más tímidos evitar contacto visual con los demás compañeros en el alivio de la vejiga y ahorrarse las subsiguientes y siempre odiosas comparaciones. Por añadidura, el relajo muscular y mental que se experimenta al evacuar el dorado líquido que hemos estado conteniendo casi toda la mañana, puede generar ventosidades sobrevenidas; y si bien es cierto que no hay lugar más adecuado que un baño para ventilar el sistema digestivo, a mí me sigue violentando tocar los primeros compases de un pasodoble si hay público delante. Más que nada por si desafino. Un punto para el inodoro clásico.
2) La discreción. El retrete suele tener un fondo de agua que emite ruido cuando es golpeado por un flujo en caída libre, pudiendo, a pesar de la puerta cerrada evocada en el punto anterior, despertar a los vecinos o simplemente revelar información sobre nuestra pauta de descarga. Existe una solución que requiere destreza y atención: apuntar con el chorro a la parte del inodoro por encima del agua. Sin embargo por comodidad, daremos este punto al urinario de pared.
3) La limpieza del lugar. Es básicamente una cuestión de puntería, como nos han dicho siempre nuestras madres y/o parejas. Es cierto que es muy difícil salirse de un urinario de pared; en cambio, dejados llevar por algún pensamiento metafísico, con un simple movimiento de caderas, se puede poner el retrete perdido. Cierto que esto puede achacarse a una falta de concentración, pero en ciertas ocasiones es simple física: es muy sencillo mantener el chorro en equilibrio cuando el flujo está establecido y en régimen laminar; sin embargo al inicio y al final de la operación, la potencia de disparo no es tan sencilla de controlar y el fluido está todavía en régimen turbulento, lo cual no ayuda precisamente a prevenir esas gotas rebeldes que terminan casi invariablemente en los bordes de la taza, en el suelo, en el bote de la escobilla, o incluso en la pared. En estos casos, está claro que el urinario de pared ofrece mejores prestaciones, de manera que otro punto para el señor.
4) La limpieza del usuario. De manera proporcional a la altura del sujeto (o más bien de la sujeta), el líquido elemento adquiere una mayor velocidad en el momento de golpear la superficie de ese fondo de agua al que nos hemos referido antes. Incluso aunque sigamos los consejos del punto 2 y golpeemos en la Roca, la energía potencial del chorro, ya convertida en cinética en el momento del impacto, provoca unas salpicaduras nada desdeñables que tienen la incómoda y cabrona tendencia a saltar hacia arriba, redundando en el efecto número 3 pero además poniendo en peligro la pulcritud y limpieza nuestros pantalones. En un urinario de pared, el impacto en la superficie del mismo se produce a una altura muy próxima al extremo del miembro, con lo cual la energía cinética acumulada por el fluido es mucho menor (es decir, no le ha dado tiempo a acelerar en sentido vertical). El único inconveniente de esta opción es en casos de caudales muy potentes, en los que se debe prestar atención y apuntar en oblicuo para que no terminemos con camisa y corbata llenas de lamparones. En este caso, el urinario también es mejor opción y se lleva un tercer punto.
5) La última gota. Como muy bien asevera la cultura popular, por mucho que hagamos, la última gota caerá dentro del calzoncillo. No obstante, más vale una gota que cien. Y por eso los hombres tenemos un gesto casi innato al terminar de mear: sacudírnosla enérgicamente (ojo con esto, porque otro aforismo de la cultura popular, en este caso valenciana, asevera que espolsar-se-la més de tres voltes és masturbació, y aunque yo soy un ferviente seguidor del padre Onán, no es cuestión de liarse cada vez que uno va al baño). Al margen del peligro de salpicaduras que tiene la operación de sacudida, es seguro que la última gota se queda donde no debe. Y ahí entra en juego un accesorio de inigualable valor, uno de los mayores inventos de la humanidad: el papel higiénico. No sin habilidad adquirida por años de práctica y con un preciso juego de muñeca, se coge un trozo del maravilloso invento y se puede eliminar esa última gota odiosa. Lo cual nos lleva a darle otro punto al retrete original, puesto que al contrario que en los urinarios de pared, en ellos sí se encuentra (generlamente) papel higiénico.

Así pues ¿retrete o urinario?

Estudiando detenidamente todos los factores esto parece, amigos, un problema indisoluble, puesto que no hay opción claramente superior. Básicamente el urinario de pared ha ganado por 3 a 2 en este partido. Pero si lo usamos, no sólo nos arriesgamos a recibir un golpe moral cuando compartamos pausa-pipí con el Rocco Siffredi de la oficina, sino que además, invariablemente terminaremos con la dichosa gota en los calzoncillos.


Nota: Aunque no es costumbre en esta sección dar respuesta a las preguntas que se plantean, en aras del progreso de la humanidad (o una mitad de ella) me atrevo a proponer una solución a este rompecabezas. Para ello he tomado la opción ligeramente superior, la del urinario de pared, y he intentado mejorarla para eliminar sus deficiencias, a saber:
a) para poder peer con tranquilidad deben equiparse los baños de un hilo musical con un nivel de volumen superior al de una clínica de dentista.
b) para evitar las odiosas comparaciones, una doble medida: poner mamparas entre urinarios, como ya hay en algunos baños, y atenuar la luz para dificultar la visión del miembro del prójimo.
c) para eliminar la última gota, propongo instalar rollos de papel higiénico al lado de cada urinario

¿Alguien sabe cómo se solicita una patente?

sábado, 19 de junio de 2010

Mi nuevo juguete

Tengo un nuevo juguete. Desde hace un par de meses poseo una bicicleta. Una Charge Plug modelo 2008 en bastante buen estado, comprada de segunda mano, por menos de la mitad del precio original a alguien que posiblemente la había robado. Aquí va una foto de catálogo de Antonia, la misma que tengo de fondo de pantalla en mi teléfono móvil:

Me decido a escribir este post porque esta semana, por primera vez desde que la tengo (mediados de marzo, justo antes de ir a Colombia), he ido a trabajar todos los días en bicicleta. Pertrechado con mi casco y una cazadora rojo chillón, tardo unos 20 minutos en hacer el recorrido entre la puerta de casa y el garaje de la oficina por un recorrido que evita al máximo calles concurridas.

Es justo lo mismo que tardo en tube, pero con menos calor y apretones, y ahorrándome los ₤1.80 por trayecto (a este paso, cuando la haya usado unos 60 días, estará amortizada). Además, me da el aire, me despierto por la mañana y hago incluso un poco de ejercicio – la cantidad mínima diaria recomendada por Fuster para evitar problemas cardiovasculares y de cualquier otro tipo.

Lo cierto es que al principio estresa un poco circular en bici por Londres, pero uno se acostumbra rápido. Sobre todo porque hay muchísimas bicis que hacen legión y los conductores motorizados están acostumbrados. Realmente hay una cantidad de ciclistas impresionante, algo que nunca había visto antes. Según Transport For London, se hacen 500.000 desplazamientos diarios en velocípedo, lo cual tiene su coste también en número de víctimas (nueve en 2008).

Parece ridículo que en una de las capitales menos planas, con peor tiempo, más extensas y con un excelente servicio de transporte público, la bici tenga tanto éxito. Por supuesto todo a la manera anglosajona: nada de carril bici dedicado ni, por ahora, sistema de bicis en préstamo del ayuntamiento (como por ejemplo en París, otra gran urbe ciclista), sino calzada compartida y reducción de impuestos para las compras de bicis de particulares. Y aun así sigue siendo un éxito. Imagino que los factores desencadenantes son el alto precio del transporte público o la densidad de tráfico en el centro.

Además, este medio de transporte no sólo permite conocer mejor la ciudad que el impersonal y autista metro, sino que sirve también para moverse en fines de semana y por ocio. Véanse por ejemplo aquí abajo unas imágenes de una excursión de domingo por Regent's Canal con Arnaud.


Hay algunos inconvenientes logísticos a todo esto.

La transpiración: aunque mi recorrido mañanero sea de bajada y no vaya excesivamente rápido, generalmente se transpira un poco. Tras varias pruebas y pese a las duchas que hay en la ofi, lo más práctico resulta ser ducharse justo antes de salir, ir a una velocidad moderada y cambiarse (sin ducha) en la oficina. Para ello tengo una taquilla arriba donde dejo un traje y algunas camisas. De momento los compañeros de desk (pupitre) no se han quejado, y eso que estamos realmente próximos unos a otros.

El alcohol: en una sociedad en que el alcohol es prácticamente la única forma de interacción social, no es raro terminar las jornadas de trabajo con una (o varias) pintas en el pub de la esquina. La vuelta a casa con dos litros de ale entre pecho y espalda se hace más cuesta arriba si cabe de lo que orográficamente ya es, no sólo por el peso del dorado líquido en el estómago sino también por el efecto de su componente alcohólica sobre la motricidad general. Tampoco he visto de momento controles de alcoholemia a estas horas, lo cual no es de extrañar, porque la poli también tiene derecho a emborracharse al final de cada jornada laboral, como todo hijo de vecino (inglés). Pero esto es materia para otro post.

El atuendo: procuro rodar en vaqueros y zapatillas de calle (la mayoría de los ciclistas londinenses van en ridículas mayas, chándal o pantalones cortos; y sólo unos pocos con mucha clase y aun mayor vestuario se permiten pedalear en traje de faena con corbata y todo), con lo cual mi look es relativamente decente, pero es cierto que si se tercia una salida a cenar, espectáculo o fiesterita un poco especial, no está uno en sus mejores galas para el acontecimiento. En estos casos es un poco coñazo porque dejo la bici en el curro y salgo en traje, y al día siguiente hago el cambio inverso en la oficina.

Finalmente, poder ir a trabajar en bici es un auténtico lujo para el particular, y también contribuye a aliviar el tráfico motorizado y todas sus externalidades negativas, beneficiando así al conjunto de la comunidad. Los únicos ligeramente perjudicados sean quizás las compañías petroleras y constructores de coches (qué pena), así como los conductores que deben aprender convivir con otros animales en la calzada. Me parece que no sólo es loable, sino también necesario que las autoridades (ya con métodos liberales anglosajones o a la manera colectivo-social europea) potencien el uso del ciclo como medio de transporte de masas núcleos urbanos.

En clave más local, es imperdonable, rayano en el pecado (para que me entiendan en la corporación municipal) que una ciudad como Valencia, con un clima magnífico, un tamaño ideal y una orografía perfecta para implantar este medio de transporte, se haya dedicado a potenciar el tráfico motorizado con la construcción de carísimos aparcamientos subterráneos, y haya despreciado la bicicleta durante las casi dos décadas que dura el reinado de Rita Barberá. Londres, Paris, Barcelona (incluso la improbable NYC) ya se han puesto con esto; Valencia con su complejo de inferioridad crónico llega tarde y seguramente mal. Seguimos esperando.

miércoles, 2 de junio de 2010

Tips: karaoke en el Royal Opera House

Estoy en el avión de Venecia a Valencia, vía Madrid. Tras un mes y medio sin escribir nada en el blog, acabo de escribir la nota anterior sobre mi visita poco más que de cortesía a La Serenísma. Y lo hago encajonado en el 22F del A319 de Iberia, al lado de la ventanilla, con las rodillas casi incrustadas en el asiento de delante y una pareja durmiendo a mi izquierda. Y lo hago con los auriculares puestos, escuchando una magnífica versión de La Traviata por la Callas que regalaron con El País hace unos años.

Probablemente el escándalo de un avión en viernes por la tarde sea uno de los lugares menos indicados para asistir a la emocionante transformación de la socialita, epicúrea y díscola Violetta en apasionada, amantísima y campestre pareja de hecho de Alfredo - como dice Zapatero, hay muchos tipos de familia.

Y todo porque el lunes pasado estuve con mi amiga Mónica en el Royal Opera House viendo por tercera vez esta ópera (las dos anteriores en el Met de NYC). No puedo evitarlo, esta ópera me encanta. Ya no lloro, pero cada vez que la veo se me erizan los pelos con la pasión inconvencional de estos dos pollos. Pero lo más fuerte son las ganas de bajar del gallinero a dar de hostias al padre de Alfredo, por manipulador, metomentodo, conservador, destroza-hogares, inconsciente y egoísta. Sus disculpas del último acto nunca me convencen; ni siquiera compensa tanta mala baba y torpeza su impresionante Di Provenza il mar, il suol del segundo acto.

En esta ocasión además, por £6, (la entrada nos había costado uno £10) fuimos a la sing-along session anterior a la ópera. Yo no tenía ni idea de qué era. Imaginaba un pequeño comentario sobre algunas piezas, explicando detalles artísticos y, eventualmente, ver a los intérpretes ensayando. Pues no. Se trataba de un karaoke lírico. El director del coro de la ROH nos dio las partituras de algunos coros de la obra y nos explicaba, piano en ristre, cómo cantar los pasajes. Y luego, a repetir hasta que salía bien.

Allí la todo el mundo estaba con muchas ganas y casi todos tenían mucho nivel. Yo en cambio no sabía dónde meterme. A mí, que con diez años, en primer curso, me echaron del conservatorio por inútil, que cuando canto en la ducha mi hermano aporrea la puerta para que deje de destrozar la canción, y aquella gente pidiéndome que cante en el ROH… ¿es que no saben lo que les podría haber pasado?

Cuando los coros nos salían decentemente, el director llamó a los intérpretes de la ópera, que se plantaron enfrente de nosotros y, acompañados por el piano, ejecutaron pasajes más amplios en los que nosotros interveníamos con lo practicado justo antes, haciendo las veces de coro del elenco principal. Increíble. Os aseguro que después de algo así se asiste a la ópera de otro humor y con otra actitud.

Como dice un amigo mío, en estas cosas se reconoce a una sociedad avanzada, educada, con un nivel de progreso superior. Nos guste o no, aun tenemos mucho que aprender de los anglosajones. Tomemos lo positivo de ellos y dejemos de construir continentes impresionantes para luego no acertar con el contenido o siquiera asegurar su simple funcionamiento. De esto sabemos un rato en Valencia.

sábado, 29 de mayo de 2010

Venecia: sarna con gusto

Saliendo de Londres el miércoles de la semana pasada, el itinerario que estoy completando en dos semanas, hasta el miércoles próximo, es Londres-Madrid-Barcelona-Valencia-Londres-Venecia-Valencia-Madrid-Londres. Con sólo dos días de parada en lo que se supone es ahora mi casa.

Aunque a mi me encanta moverme, tanto viaje de trabajo es un poco coñazo, la verdad. No consigo pasar tiempo en mi casa, lo cual hace más difícil que sea mi casa, y vuelta a empezar, en un círculo vicioso que habrá que romper en algún momento.

Al menos hay un par de cosas positivas en tanta itinerancia. La primera es que por primera vez desde Navidades habré pasado por mi otra casa, Valencia. La segunda es que el trabajo me ha llevado a la Ciudad Ducal.
En uno de esos regalos que a veces nos hacen las empresas, se ha organizado en Venecia un encuentro de todas las filiales del grupo EDF que trabajan el mercado del gas (algo nuevo para el grupo, que se hace poco y mal, pero que deviene estratégico en este contexto de apertura de mercados y globalización en el que nos hemos - o nos han - metido últimamente).

Magnífico workshop el que han montado nuestros compañeros italianos, reservando un ala entera de la isla-hotel San Clemente para escuchar conferencias y conocer homólogos y allegados en otras partes del grupo. Sólo me ha faltado llevarme el bañador para poder darme un chapuzón con la casi luna llena del jueves.

La Serenísima es, según dicen, una ciudad que enamora a primera vista o que decepciona inmediatamente. Conocí la ciudad en 2003, en un viaje romántico en pleno verano, con excesivo calor e infestada de turistas. Subyugado por su magia, no noté ni malos olores, ni insectos, ni suciedad. Me conquistó para siempre. Quizá también por mi carácter algo marino, por el atractivo no ya de vivir cara al mar, como hacen Marsella o Barcelona, sino literalmente en él, por ser mar.
Sus enrevesadas callejuelas peatonales, donde todo es piedra, sus pequeños y poco prácticos canales que se cruzan en el camino a cada paso, la necesidad del barco para todo (sólo hay tres puentes, Dios nos libre del de Calatrava). Antiguos palacios y mansiones de techos altísimos, con una puerta a la calle y otra al canal colindante, a su propio embarcadero. La relativa paz que se puede encontrar alejándose de la piazza San Marco o en las otras islas. La Historia - nótese la mayúscula - que se respira en todos los rincones, la decadencia tranquila pero orgullosa que transpira. Y tantos otros motivos para que esta ciudad nos encante, nos hechice, valen la pena esos 14 días nómadas que me estoy chupando.

Nota curiosa: en 2003 compré mi primera corbata aquí, en un mercadillo al lado del puente del Rialto. Es morada, me gustó mucho y era muy barata. Recién salido de la escuela, trabajando de ingeniero de verdad, no llevaba traje nunca. No usé esa corbata hasta 2006, ya de vuelta en España, donde el más que clásico (quiero decir rancio) estilo de la Villa y Corte impone la corbata para trabajar cara a un ordenador todo el día.

Pues bien, esta mañana me he dado cuenta de que llevaba puesta esa corbata. Curioso. Cómo cambia uno y sus circunstancias en siete años. Esa corbata es casi lo único de mí que ha vuelto a Venecia esta semana. Ah, y el hechizo también.

Esta visita relámpago ha sido a todas luces insuficiente. Volveremos. Ya tengo curiosidad por saber qué yo y qué circunstancias visitaremos Venecia la próxima vez.

domingo, 11 de abril de 2010

Paris no se acaba nunca, o un siempre en el jamás

Una de las cosas más positivas de mi trabajo es que me permite ir a París regularmente. No se trata del hecho de viajar en sí, que puede ser interesante un tiempo pero que intuyo terminará cansándome. Se trata de mantener mínimamente la conexión especial que llegué a crear con París en los años en que viví allí (y por supuesto disfrutar de mi hermano Jaume de vez en cuando).

Cuando llego a París y es un día soleado, como este mismo viernes, lo primero que noto es que al aire es distinto. Diría que sus propiedades físicas (humedad, densidad, temperatura, etcétera) son particulares, haciendo que en la piel se sienta distinto de cualquier otro lugar, que en el pecho se note un tenue placer que invita a respirar más hondo.

Tratando se ser menos abstracto, parece que huele diferente (y no me refiero al agua que usan para limpiar las calles, ni a las mierdas de perro que cada vez menos pueblas sus aceras, ni siquiera a que pase cerca uno de esos raros franceses que verifica el estereotipo de la ducha poco frecuente). Incluso la luz cambia: ese sol fresco, pequeño, con un perfil casi nítido enmarcado en un cielo de un azul subido, y que hace casi amarillas las fachadas sucias de pierre de taille, luce con brillo casi mate, que acaricia suavemente la piel y anula la bofetada del frío o el viento.

Ir a París es bueno para mi humor. Repetir hábitos de mi época allí me desata vibraciones positivas. Por los lugares y por la gente que quise y todavía quiero. Tanto, que repito religiosamente rutinas pretéritas cuando tengo la mínima oportunidad.

Repito el paseo alrededor de mi casa, incluso entro en el edificio, atravieso la cour, y me quedo contemplando desde seis pisos más abajo la chapa abuhardillada que me servía de fachada sur. Siguiendo los consejos de mi hermano, no me atrevo a entrar. No quiero ver el apartamento por dentro pese a que vive un amigo suyo que me dejaría hacerlo. La magia se rompería.

Repito la ceremonia de tomarme el suave y cremoso millefeuille del Moulin de la Vierge. Dios sabe (o no) cuántos de estos han caído en los cuatro años y pico que viví en el 43 Bd Garibaldi - a precio de oro, eso sí.

Repito el paseo que hacía con las visitas saliendo de mi casa en dirección a la Torre Eiffel, y dando la vuelta a París en el sentido de las agujas del reloj, invariablemente hechizado por la belleza burguesa, siempre correcta, casi aburrida, de la ciudad. La última vez que lo hice fue en Noviembre, con mi amigo Guillermo. Saliendo desde casa de mi hermano, hicimos una ruta que finalmente incluyó dos de los habituales paseos: en un día hicimos un tour de París de unos 20 km. Al final creo que terminamos con un principio de tendinitis, por brutos. En su día reproduje el recorrido (sin incluir todas las vueltas para entrar en placitas, patios, tiendas).

Es curioso como algunos automatismos no desaparecen nunca completamente. Sin ir más lejos, el viernes pasado, volviendo a París de una reunión en Clamart (justo donde yo trabajé en mi última etapa en esa City), al llegar en metro a Montparnasse, en lugar de ir hacia casa de mi hermano, tomé la línea que va a mi antigua casa, no dándome cuenta del error hasta haber salido en la estación de Sèvres-Lecourbe. Ya puestos me di el paseo arriba mencionado, como siempre sin subir las escaleras de mi ex-casa e incluyendo el esponjoso millefeuille del Moulin – del que tomé esta imagen.

Puede que esta nostalgia positiva no sea sino un complejo de Peter Pan disfrazado, un miedo a crecer, es decir, a la muerte, empezando manifestarse tempranamente (no tengo ni idea de psicología, pero en sociedades donde la esperanza de vida es superior a los 80, parece un poco ridículo que a los 30 afloren estas cosas). Puede que este sentimiento sea negativo, contraproducente, paralizante; que boquee otros, que me impida sentir lo mismo en Londres. Puede.

Yo por ahora prefiero pensar que París es para mí un toujours dans le jamais de los que Paloma, la niña de 13 años de ese tratado de Estética que es L’élegance du hérisson, descubre como motivos supremos y suficientes para vivir.

Nota: la primera parte del título de este post no se puede considerar un plagio-préstamo del estupendo libro homónimo de Vila-Matas, puesto que sigo sosteniendo que esa frase rondaba mi cabeza tiempo antes de la publicación de aquel. En la segunda, evidentemente traduzco a Muriel Barbery.

Nota: no crean los lectores que he olvidado mi compromiso de continuar el relato de mi viaje a Colombia. Como bien saben, este blog se escribe por impulsos, cuando y donde surge la necesidad: en aeropuertos, buses, trenes (como ahora), en casa o de paseo. Para los más exigentes, e incluso para los provocadores: llegará pronto.

Preguntas inverosímiles: Precios en los libros, discos o películas

¿Se han dado cuenta de que en librerías, tiendas de discos o de dvds la etiqueta del precio siempre tapa la reseña del libro, el resumen de la película o la lista de canciones del CD? Generalmente éstos sólo ocupan una pequeña parte de la contraportada. Aun así, ¡paf!, invariablemente el precio está justo en medio, impidiendo conocer el argumento del libro o de la película. Es como si una mano diabólica, de una mala leche exorbitante, hiciese a propósito para que el cliente tuviese que usar cuatro dvds o libros para leer enteramente de que va el producto que quiere comprar.

Lo peor de todo es que esto es una epidemia internacional: ocurre en el Corte Inglés, en la FNAC Madrid o París, en los Borders o HMV londinenses e ¡incluso en la librerías Panorama de Colombia!

¿Quién está detrás de esta conjura internacional de las pegatinas que aumenta la mala leche y dificulta la compra de lectura, cine o música con todos los datos necesarios? ¿Es tan difícil poner la pegatina del precio en un sitio donde no moleste?

martes, 23 de marzo de 2010

Colombia trip report (5): Primeros días en Bogotá

Mi primera noche en Bogotá salimos a Andrés Carne de Res, uno de los sitios más conocidos de Bogotá. Es una mazcla de asador, discoteca y café teatro. Un sitio realmente interesante, originariamente en las afueras de Bogotá, pero que ha abierto una sucursal en la ciudad (a la que fuimos). Más de 15 personas de SIPA y allegados. Conocí a un par de personas interesantes: Francisco, MPA de Harvard, antiguo jefe de Dan y consultor por cuenta propia en Buenos Aires; y también Adam, un SIPA 2008 que trabaja en la Fed de NYC, en mercados fiancieros, y que redacta informes sobre los PIIGS y no entiende porque los mercados internacionales castigan a la deuda española.

Pese a ser un sitio bastante pijo para Colombia, la comida es bastante barata. En cambio el alcohol es tan caro o más que en Europa. Y esta parece ser la tónica general en el país.

El domingo fuimos a visitar la Catedral de Sal, una impresionante mina de sal todavía en explotación en sus niveles más bajos, y cuyos primeros niveles, ya agotados, se convirtieron en Catedral subterránea en los años 90. Lo más emocionante de la vista fue el viaje en buseta hasta el lugar.

Para un europeo, acostumbrado hace ya décadas a cinturones de seguridad en todos lados, frenos ABS, ventanas cerradas por aire acondicionado, firme relativamente correcto... aquí, los buses vibran como si fuesen a despegar del suelo, y de hecho, en algunos baches llegan a despegar. No hay cinturones, admiten a más pasajeros que asientos y conducen si frenos; así, incluso en al autopista pitan a los coches que cambian de carriel a 100m para avisarles de que llegan. No es extraño que en vías de dos carriles, circulen tres buses en paralelo durante los adelantamientos. Toda una experiencia, vamos. Y sin embargo los pasajeros ni se inmutan por los frenazos o las curvas cerradas, se respira una sensación de tranquilidad, de seguridad. Probablemente conducir aquí requiera más concentración y esfuerzo físico que en el mundo desarrollado.

Después de la visita, aprovechando que en Bogotá se celebra ahora el Festival Internacional de Teatro, fuimos Isa, Dan, Rocío y yo a ver un espectáculo argentino, Tango de Burdel, Salón y Calle, dirigido por Julio Bocca y que repasa la historia del tango. En mi lista de buenos propósitos para 2010, aun inédita, ya hay una línea para tomar clases de tango.

Terminamos la noche en un sitio llamado La Puerta Grande, un sitio de tapas español, bien ambientado y en el que los posavasos eran fotos de Fernan-Gómez, Alaska, Rosario o Rodríguez de la Fuente. En línea con mi anterior comentario sobre el precio de las bebidas, aquí tuvimos el placer de pagar 200.000 pesos colombianos por dos botellas de Beronia (unos $100).

Hoy paseo tranquilo por todo el centro (barrio de la Candelaria), incluido el palacio de Nariño, donde Rajoy estuvo de visita oficial al presidente saliente Uribe hace solo un par de días. Y mañana despegamos hacia Santa Marta, en la costa caribeña del país. Seguiremos informando. O no.

domingo, 21 de marzo de 2010

Trip Report (4): Llegada a Bogota

Bogota, 17h15 hora local (23h15 Western Europe Time).
Aterriza el avion con apenas media hora de retraso. Despues de 10h de vuelo y de sobrevolar Caracas, llego a Bogota, en el altiplano, todo muy verde. Igual que Madrid, que hoy estaba mas verde que nunca, sin duda por las lluvias de este invierno.

Noto que me cuesta respirar mas de lo habitual, el cambio brusco de altitud, probablemente.
Tambien cansado, pese a la clase business y a intentar emborracharme con cava, no he dormido mucho durante el vuelo.

Isa me ha recogido en el aeropuerto y escribo desde casa. Cena en 10 minutos en el famoso Andres Carne de Res con toda la prole ex-SIPA, seremos unos 14.

sábado, 20 de marzo de 2010

Trip Report (3): Madrid 12:15 locsles; Preparados para despegue. cambia la lluvia de Lon por el ggris de Madrid. Bberry nueva no deja escribir texto.

Trip report (2): Madrid

Trip report (1): Londres

5h15 GMT, Londres:
Suena Bach en el movil para avisarme que el despertador de campana me dara los buenos dias con su familiar y desagradable sonido. Tengo 30 minutos para ducharme, prepararme y cerrar la maleta. Arnaud esta en la cocina, acaba de llegar de Fabrik y se esra preparando pasta antes de irse a dormir. Llega el cab que he reservado la noche anterior, 28 sterling, y 35 minutos hasta Heathrow.

6h55 GMT, Heasthrow's Iberia lounge:
La primera sonrisa del dia. Me han puesto en business en el tramo Madrid-Bogota. Ya me ha ocurrido varias veces en vuelos europeos, nunca en trasatlanticos (sospecho que viajando solo y por tener uno de los primeros apellidos por orden alfabetico. Bendito overbooking cuando nos beneficia). Ademas, gracias a eso, entro en el lounge y desayuno de gratis. Afortunadamente mis vuelos son Iberia; hoy BA empieza una huelga. Salgo pitando hacia la puerta de embarque. Algun dia tendre que aprender a caminar despacio y salir con mas tiempo de los sitios.

viernes, 19 de marzo de 2010

Out of the City

Cambio el banner del blog por uno mucho más campestre, una foto de la entrada de Antelope Canyon, una de las visitas indispensables del road trip por el Oeste americano que hice después de la graduación. Al fondo, justo donde se concentran las furgonetas en las que los Navajos traen a los turistas a admirar este monumento natural, se ve el tajo casi vertical del cañón, su entrada.

Y esto por qué, os preguntaréis. Es porque acabo de terminar la maleta para hacer un viaje de un par de semanas a Colombia. After Columbia, Colombia. Esto puede ser como un trabalenguas para el americano profundo, que probablemente sólo conoce una de las dos y de oídas. El caso es que no tengo aun imágenes propias en este gran país productor de carbón y esmeraldas, y por eso pongo una de mi último viaje-aventura.

Mis primeras vacaciones de verdad, desde que termine mi año de vacaciones en NYC (visto desde aquí y ahora, un máster son unas vacaciones, se mire como se mire). Una de las cosas buenas de SIPA es que abre el abanico de posibilidades de vacaciones hasta el infinito and beyond. En Colombia están Isa, Dan, Laura, Rocío, Sergio, Carlos y otros doscientos alumni de la escuela que Isa se encargará de juntar en algún garito.

Visito un país generalmente desconocido, intrigante y con una variedad de gentes y paisajes única en Latinoamérica. Intentaremos informar desde Colombia.

martes, 9 de marzo de 2010

Preguntas inverosímiles: sombrero y peinado

Reconozco que me gustan los sombreros. Y también me gusta llevarlos. De hecho tango algunos y los uso de vez en cuando. Como ya sabéis, en NYC cubrirse la cabeza era necesario, ya que en invierno las bajas temperaturas y el viento convierten la cabezota en el punto de pérdida de calor más importante del cuerpo. En Londres también lo uso, aunque menos frecuentemente. Uno de los inconvenientes es que el sombrero despeina: en efecto, excepto cuando tengo el pelo muy muy corto, al quitarme el sombrero tengo flequillos a lo Tintín por toda la cabeza, lo cual no queda muy serio si uno va a trabajar.

Y mi pregunta es, ¿cómo hacen los hombres que llevan sombrero para no parecer Barragán cuando se lo quitan?

martes, 23 de febrero de 2010

FSA aprobada. Al límite ...inferior

Me parece encomiable que ante cada reto el ser humano intente superarse, explorar en búsqueda de sus límites, ir más allá de lo conocido, adentrándose en el terreno de lo incierto para emerger más fuerte, más seguro de sí mismo, más sabio...

Ante cada reto, los seres humanos nos vemos obligados a reinventarnos, usar combinar nuevas y antiguas artimañas para superarlos, a dar un poco más de nosotros mismos, empujando quizás los límites un poco más allá de lo familiar, para ampliar nuestra zona de confort. Y así vamos creciendo.

He hecho muchas cosas, que algunos creen grandes, admiran. Pero yo me siento cómodo, estoy en una zona de confort yendo a estudiar a Francia, cambiando de trabajo cada dos años, volviendo a estudiar en NYC, y cambiando de trabajo de nuevo. Londres es quizás lo que más me esté costando. Pero sigue siendo una nimiedad con respecto a los esfuerzos y las barreras personales y ambientales que rompen por ejemplo quienes menciono en mi post anterior (escrito ayer, en plena procrastinación, pero programado para su publicación hoy, a la salida de mi examen).

Por ejemplo, acabo de llegar a casa después de tomar algo con amiguetes en varias tandas (Kamal, Dorothee y Vasileios, primero, compañeros de trabajo; luego Mario e Indra, ex compañeros de SIPA de visita en Londres y finalmente con Arnaud, compañero de piso). Uno de los motivos es que hoy he aprobado el último examen de la FSA y ya tengo licencia.

Licencia para matar el sistema financiero global, licencia para provocar crisis mundiales y para conseguir, que por primera vez en los últimos 20 años, el índice de pobreza en el mundo aumente, para que el número de muertos por malnutrición aumente tras un cuarto de siglo de constante disminución (datos cuantitativos de fuente incierta y fiablidad quasi-nula).

Bien, pues en este examen, como en muchos de los que hice en SIPA y en parte de las cosas que hago de forma cotidiana (no necesariamente en el trabajo, si no también a nivel doméstico o en la esfera social), siento que llego a límites inexplorados, alcanzo cotas inusitadas, y juego con el peligro de acercarme al extremo de lo conocido, al confín de lo razonable. Sí, como los que he mencionado antes, pero por el otro lado: POR EL EXTREMO INFERIOR.

He aprobado el examen estudiando lo menos posible. Solo hoy por la mañana realmente (y una hora o dos ayer domingo por la tarde). He ido al examen sin la más mínima garantía de aprobar, habiendo leído una vez los apuntes (ni siquiera el libro) y sin haber practicado exámenes. Y he aprobado, seguramente por la mínima (nota exacta mañana). ¡Mínimo esfuerzo, máximo rendimiento! Aprobé, sí; pero probablemente no aprendí unas cuantas cosas interesantes. Lo mismo me pasó en SIPA (claro, si uno quiere descubrir NYC, hay que encontrar compromisos)...

Compromisos. El caso es que con la edad (digamos, la experiencia) me doy cuenta de que soy bueno en unas cuantas cosas, pero no soy excepcional en nada... y quizás eso es un error, es más complicado realizarse trabajando una suma de cosas que concentrándose en una sola. Probablemente porque es más difícil de valorar. A partir de ahora quizás debería concentrarme sólo a trabajar, o a escribir en el blog, o a aprender idiomas, o a dar la vuelta al mundo... mi problema es el de siempre: elegir. Y mientras no lo haga, seguiré haciendo de todo para no hacer casi nada, y siendo condescendiente conmigo mismo.

lunes, 22 de febrero de 2010

Más amigos interesantes... ¿y Manel & The City?

Me permito llamar la atención sobre un post aparecido en el blog de Rubén (Rubén el La Romana, en castellano, es uno de los amigos interesantes de la columna de la izquierda). Rubén ha visitado un par de veces Haití desde el terremoto de principios de año y aquí nos relata cómo vive un hospital en una zona de desastre. Lo hace desde el punto de vista de un observador casi neutral, bastante objetivo, literalmente extracorpóreo; pinta un panorama realista y crudo pero sin sensacionalismo, cosa difícil en estos días. Menciona el real y acuciante problema de la internacional desorganización de las organizaciones internacionales y, al igual que Forges en todos sus chistes desde entonces, nos sirve de conciencia.

Otro amigo interesante que no incluyo en la columna de la derecha por el ingente tráfico en su blog (se publican varios posts al día) es Will Straw, compañero de máster en Columbia. Su blog, Left Foot Forward (en inglés), es también su trabajo a tiempo completo: es una respuesta política los hasta ahora más activos blogs conservadores, y se está ganando rápidamente un sitio en el panorama político inglés - es mencionado en artículos e incluso en la cámara de los comunes.
La campaña de 2010 se anuncia dura y, cuando menos, es una buena preparación para la fase de oposición a la que parece abocado el laborismo tras 13 años en el poder. Quizás debería tomar nota el Partido Socialista en España.

Finalmente hay otro blog que me impresiona bastante y que sigo como me gustaría. Adrien y Manue, amigos de Francia y ex compañeros en GE han dejado su trabajo y se han lanzado a dar una vuelta al mundo en 12 meses, el tour du monde des Tillitales (en francés). Inversión inicial : 2.800 € por el billete vuelta al mundo, coste variable: 1.000 € mensuales para sobrevivir. En el menú mucho Hemisferio Sur, mucho senderismo y escalada. Impresiona la valentía necesaria para dejarlo todo durante un año; impresiona el recorrido y la preparación del viaje; impresionan las experiencias que han vivido en menos de dos meses; impresiona el hecho de que puedan escribir casi todos los días desde países remotos...

Experiencias envidiables y admiradas. Y yo me pregunto qué interés tiene Manel & The City en comparación con estos ejemplos. Difícil pregunta. Quizás la respuesta sea la descripción del blog que hay arriba en la parte derecha: el modesto objetivo de este blog es compartir pensamientos y experiencias seleccionados de forma subjetiva y unilateral; compartir algo de mi vida con los que sepan leer entre líneas, y a veces, conseguir interesar e incluso divertir al lector.

Y sin embargo no me quito de la cabeza objetivos de mayor tamaño y otras posibilidades...

domingo, 21 de febrero de 2010

Más procrastinación: Avella's en Londres

Aproximándose mi último examen de la FSA - mañana lunes -, mi capacidad de procrastinación crece, se multiplica, alcanzando nuevas y desconocidas cotas. Así que ayer, en vez de estudiar, decidí dormir hasta tarde, revisitar algún clásico del cine (De aquí a la eternidad) y aprovechando que el día se alarga a marchas forzadas, por la tarde caminamos desde casa hasta Portobello Road, donde había unos amigos de Arnaud.

Simpático descubrimiento durante la caminata en el número 80 de Mortimer St, un bareto de comida rápida a la inglesa, visiblemente de origen italiano, que se llama Avella's Cafe, negocio familiar según dicen. No lo pude probar - es una zona de oficinas, probablemente cierra sábados y domingos.

jueves, 11 de febrero de 2010

Nieve y sentido común

Hoy ha nevado ligeramente en Londres y se espera que sigan cayendo copos el resto de la semana. Sin embargo nada que ver con la que ha caído en Washington DC y de la que puntualmente informa Rachel con fotos en Facebook.

Al parecer la capital federal está completamente paralizada, sus 230.000 funcionarios en casa por cierre de todos los edificios gubernamentales. Las escuelas y los medios de transporte prácticamente inexistentes, el sistema de distribución eléctrica en precario (más de lo que ya lo está en condiciones normales, con hasta 400.000 usuarios sin suministro). Imagínense, amiguitos, al staff de los rancios senadores americanos yendo a trabajar al capitolio sobre esquís o raquetas de nieve. Y ahora véanlo:

Esto me recuerda al episodio que vivimos en Londres justo antes de Navidad y del que ya hicimos algún comentario. Todo tiende a parecernos excepcional en estas condiciones. El temporal en curso es siempre el más intenso que recordamos. Y la forma en que gestionamos la información en esta sociedad de la desinformación no ayuda. Noticias 24h, titulares a cuatro columnas, imágenes impresionantes... Este diseño que pretende escandalizar a la sociedad consigue a medio plazo insensibilizarla. Pero he de reconocer que, cual reality show, estas cosas enganchan por impresionantes. Si no, miren la foto satélite de mi isla que publicó El País durante las nevadas de la primera semana de enero: la pérfida Albión, vistiendo sus mejores galas; literal y figuradamente in albis bajo un manto de nieve.

Y sin embargo, mi memoria no sensorial me dice que las reacciones se repiten, que las nevadas son todas del mismo orden de magnitud, y la estadística que empuñan los medios de comunicación en cada caso no es más que mera anécdota matemática para poner de relevancia lo poco acostumbrados que estamos ya a someternos a la madre Naturaleza, a los caprichos del Planeta herido pero tan fuerte como siempre.

Tan es así, que hemos olvidado un mínimo respeto por el medio. No sólo porque lo destruimos con enorme y asombrosa facilidad, sino también por la petulancia y superioridad con que nos relacionamos con él. En nuestra inconsciente temeridad creemos poder controlar fuerzas de cuyo poder sólo atisbamos una fracción: Terremoto en Haití: 200.000 muertos; Tsunami en Indonesia: 300.000 muertos; cifras que ni siquiera se alcanzaron en Hiroshima o Nagasaki. Otro ejemplo: Primera guerra mundial, ocho millones; gripe española, más de 50 millones (en la mitad de tiempo).

En estas situaciones, la sociedad de la información facilita hacer cálculos tan irrefutables como irresponsables del coste de estos fenómenos. En el caso que nos veamos un simple ejemplo para el dato que hemos mencionado más arriba: 230.000 funcionarios federales en casita x sueldo diario medio de supongamos $400 = $92m - Noventa y dos millones de dólares sólo en sueldos de funcionarios de DC. Nótese pues que la pérdida total en unidades de PIB por estas disruptions puede ser colosal.

Y claro, malcriados del primer mundo, campeones del liberalismo económico que nos es tan cómodo, consideramos, en nuestro delirio económico y prepotencia irracional, que perder todo este potencial es un lujo inasequible. Y asumimos que debe de evitarse. Que la nieve, el agua, huracanes, terremotos, tsunamis o atentados no son motivo suficiente para parar la imperiosa actividad productiva que nos hace hombres. Damos por hecho que papá Estado (uncle Sam, hacienda somos todos, etc...) está ahí para eso. En esto sí somos socialdemócratas. Y nuevos ricos. Y desmemoriados.

Así pues, pese a los tímidos llamamientos a la prudencia, nos creemos en el derecho tentar a la suerte con cargo a la sociedad. Y esto hasta un punto que raya lo indecentemente ridículo. Procedamos a una demostración tan científica como las estadísticas que publican nuestros periódicos:

Imagínense al cuando menos eficaz Director General de Tráfico de España, invitando en el telediario a todo el mundo a quedarse en su casa, a no usar su vehículo particular y a extremar las precauciones ante la nevada que cayó en Madrid a finales de 2009. Pero claro, el director general de tráfico es una figura importante, y su presencia en la oficina es necesaria para el buen funcionamiento del país. Obviamente, al día siguiente de rodar la entrevista que saldrá en el telediario, decide desoír su propio llamamiento y nos proporciona este titular: "El director de Tráfico sufre un accidente de moto por el temporal". Esperpéntico; manda huevos, que diría el ex-presidente del Congreso.

Yo, la próxima vez que nieve, me quedo en casa. Bueno, excepto si tengo mucho trabajo, claro!