viernes, 28 de agosto de 2009

Crónica de mi primer retorno a NYC

Contrariamente a lo que transmitía en mi entrada anterior, el retorno a la ciudad que nunca duerme no fue tan duro, si exceptuamos precisamente las pocas horas de sueño a las que tuve derecho durante mi semana en NYC.

Me encontré de vuelta en la familiaridad de taxis amarillos y ruidosos buses; del acento latino en las calles faltas de limpieza; de las luces de un blanco pálido pero estridente que exhiben con desgana los negocios abiertos a todas horas, y que contrasta con la explosión de color de sus fachadas; del intenso olor a una imposible mezcla de comidas que inunda la ciudad; y cómo no, de esa sensación de libertad y anonimato que uno siente paseando por una urbe generosa a la vez que insensible, energizante pero exigente; una ciudad que se reconoce mucho antes de conocerla, y que se recuerda pero no se añora. En resumen, que NYC sigue siendo NYC.

Precisamente por eso, lo primero que hice al llegar fue irme. Irme por mi ya antigua obsesión con conocer ese país que hay a la otra orilla del Hudson: los Estados Unidos. Una excursión de dos días en Pennsylvania, con destino al Amish Country y con parada en Philadelphia. Ésta, pese a su importancia histórica en la formación del país, es una ciudad del todo prescindible, y guardaré mejor recuerdo de la visita a sus suburbios en apoyo de la campaña presidencial de Obama.

Sin embargo, un poco más allá, se encuentra el Amish Country, un paisaje abarrotado de discretas colinas y enormes granjas, sembrado de maíz y frutales, cubierto de verde hierba y poblado de vacas. En este lugar se come espectacularmente bien y se ha convertido en un destino turístico al que los americanos acuden incluso de luna de miel, tras la caída en desgracia de las cataratas del Niágara y un poco de ayuda cinematográfica (recordáis Único Testigo, con Harrison Ford?). Es una especie de microcosmos habitado por granjeros, barbudos o con cofia, de vida sana y pía, ultra-conservadores, horrorizados por la tecnología y el progreso, que todavía aran los campos con caballos, se mueven en carro, no usan neveras ni televisión y están exentos de pagar seguridad social porque no aceptan tratamiento médico que use tecnología impropia del siglo XIX.
Además de los bonitos paisajes agrarios, de la estupenda comida, de los silos que crecen como champiñones en los costados de los graneros construidos de madera, de la sorprendente convivencia de coches y carros (o viceversa para los latinoamericanos) en las estrechas carreteras del condado de Lancaster y de la extravagante vestimenta de sus habitantes, esta región, poblada por emigrantes de Europa del Este en el siglo XVIII y atravesada por infinidad de riachuelos, está llena de esos entrañables y estrechos puentes cubiertos, construidos enteramente de madera hace ya mucho, y que nos presentó Clint Eastwood en Los Puentes de Madison. Aquí abajo tenéis una muestra:


De regreso a la incivilizada civilización de NYC mi programa incluye reencuentros y salidas con los compis de SIPA, encuentros en la tercera fase en Bryant Park (no, no es que haya visto extraterrestres en NYC, es que pusieron la película de Steven Spielberg en el festival de cine de verano que se organiza en el Parque), visita al museo de la inmigración de Ellis Island (altamente recomendable, y una excelente cura de humildad tanto para la Vieja Europa como para el Nuevo Mundo), indispensables brunchs, conciertos de jazz en sitios cutre-históricos de Harlem, vuelta a medio Manhattan en bici y fiestas en recién estrenadas azoteas. Por descontado hubo muchas cosas que se quedaron en la lista de buenas intenciones, y que podrán configurar el Segundo Retorno a NYC.


Pero lo más interesante del programa ha sido la satisfacción de poder ver a mis amigos en un momento en que están cambiando de vidas, intentando sobrevivir con ahorros a la espera del trabajo soñado o excitados por un nuevo trabajo, preocupados por la devolución de los préstamos de estudios y luchando por obtener el necesario visado.


Al fin y al cabo, los amigos son los amigos. De la misma manera que, al fin y a cabo, NYC es NYC… (pido disculpas por estas dos frases en modo Jesulín, pero no he podido evitarlo). En la foto de arriba a Bernie, Rachel, Olivia, Alison, Isa, Miguel y el menda.

Finalmente, y después de una rotura algo brusca y dramática con NYC, puedo decir que estoy en proceso de reconciliación con esta City. El único problema es que mi otra City – con la que estoy ahora – está notando que no le dedico toda la atención que debería, y eso puede dificultar nuestra relación… Ya se sabe que las ciudades pueden ser absorbentes, caprichosas, e incuso celosas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mira las ciudades como las mujeres....