Quizás por eso, el estudiante en NYC pierde pronto de vista la ciudad (el árbol no deja ver el bosque?): a parte de las actividades sociales, no se establece una gran relación con la urbe, sus pulsos, su respiración, su transpiración: su vida. Hace falta mucha disciplina para para eso y yo no tengo la suficiente.
Pero entonces llegan las visitas. Y si uno puede dedicarles tiempo, redescubre su ciudad, se reconcilia con NYC, se vuelve enamorar. Durante el Spring Break tuve visita familar, con mi madre, Juanma y Jaume. Pese a pasarme un par de días en cama, pude acompañarlos y ejercer un poco de guía por la Gran Manzana. Ese reto de tratar de enseñar algo suficientemente turístico pero ligeramente fuera de circuito, de enseñar parte del NYC de los neoyorquinos, le obliga a uno a hacer un ejercicio de reconciliación con la ciudad.
Mi hermano Jaume acuñó el término Newyorking para definir esto. Después resultó que ya existía, pero eso no le resta mérito (me recuerda al aforismo que orgullosamente creí invenar cuando vivía en Francia: "París no se acaba nunca". Qué decepción la mía cuando Vila-Matas sacó en 2003 un libro de título homónimo).
Newyorking significa vivir la ciudad de NYC de los recién llegados, con inmensa curiosidad, mente abierta y fruición desmedida. Tan pronto se consume un trozo/barrio/icono, se pasa al siguiente sin solución de continuidad, ni siquiera un modesto Almax para facilitar el proceso. Cambio constante, sensaciones intensas, deleite o bofetada para los sentidos. Si no, que se lo digan a Juanma, que al cabo de tres días se dio cuenta del intenso olor a comida que hay por toda la ciudad. Pero también se excitan los otros sentidos por los ruidos, luces brillantes, viento helado, sabores fuertes, etc.
Este proceso debe de ser algo similar a las noches con sol del círculo polar ártico, en las que el cuerpo y la mente están tan excitados que no se consigue dormir. Un festival de sensaciones que transmite energía, carga las pilas. Y engancha: cada vez se quiere más. Porque en realidad queda mucho más. París no se acaba nunca, pero NYC no se agota jamás*.
En este viaje, entre otras cosas, estuvimos en el MoMA, fuimos a la ópera en el Met, Jazz en el Time Warner, el River Café, celebrando Saint Patrick, subimos al Empire State, paseamos por las galerías de Chelsea y su estupendo mercado y bruncheamos en el Lower East Side:
*A riesgo de ser cenizo, quiero puntualizar que esa sensación es peligrosa (al igual que las noches de sol): en realidad es un subidón de adrenalina que en un momento u otro se ha de estabilizar. NYC energiza, pero también exige energía, consume. Es intensa, agotadora. Pero muy satisfactoria.
2 comentarios:
The city that never sleeps: sobredosis de café
Cuanta razón tienes my friend..hace ya tres meses que dejamos la Gran Chirimoya y... el mono no se pasa!!! pero por fin encontré la "metadona de nyc"..volver!!
Esta guardia se me pasa volando seguro pensando q "solo" me quedan 8 pal retonno (madrileños a miii!!)
PD:Disculpad mis desvarios de madrugada, no dormir es lo q tiene, q dijo aquel ;)
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