sábado, 19 de diciembre de 2009

67 hombres y un planeta (o la crónica de una muerte anunciada)

Uso el término hombres aquí en la primera acepción del diccionario de la Real Academia, la que lo define como ser animado racional independientemente de su sexo. Y sin embargo estos 67 hombres son mayoritariamente hombres (en la segunda acepción de la RAE, varones). También son blancos, de mediana edad (es decir, bastante mayores) y de un extracto social poco representativo de sus respectivas circunscripciones.

Estos 67 tíos son senadores estadounidenses. Y se corresponden con la mayoría de dos tercios que hace falta en la cámara alta de aquel maravilloso país para ciertas acciones de suma importancia, en las que los derechos de las minorías deben ser preservados. Si no me equivoco, los únicos (?) dos procedimientos en los que esta mayoría de dos tercios es requerida son el impeachment o impugnación del Presidente (moción de censura vinculante); y la ratificación de tratados internacionales, necesaria para su entrada en vigor.

En ese aislacionismo del que están tan impregnados los americanos (y su clase dirigente, que demasiado a menudo ni siquiera tiene solicitado el pasaporte en el momento de tomar posesión de la cartera) se dificulta la adopción de medidas que afecten al comportamiento de los Estados Unidos y que les pueda hacer responsables frente a instituciones internacionales que escapen a su control absoluto. Este sentimiento que empieza por un no-intervencionismo a la suiza, termina con la percepción de que los ciudadanos americanos están por encima de cualquier otro colectivo y que por tanto no tienen por qué responder ante nadie que no sean los propios Estados Unidos.
Por eso, es políticamente inviable que el Senado de los USA acepte un tratado como el protocolo de Kioto. Por eso, Obama, que ostenta ya el premio Nobel de la Paz de este año, pero que aun se lo tiene que ganar en los tres que le quedan de legislatura (y consolidarlo en la siguiente), ni se plantea asumir el riesgo político de presentar ese tratado a su Senado.

Por eso, el Protocolo de Kioto ha muerto oficialmente, habiendo recibido el descabello en Copenhague de las manos de USA y su aliado en esta batalla: China. Se trata de un asesinato. El asesinato a sangre fría, sin nocturnidad pero con alevosía, de uno de los mayores compromisos colectivos alcanzados en los últimos años, a escala planetaria (véase en el mapa en verde el número de países que lo ratificaron en uno u otro momento). Quizás porque el problema que pretende resolver, o al menos controlar, también es de escala planetaria.
Kioto es el primer gran esfuerzo de reducción de emisiones que es legalmente vinculante para sus firmantes. Cierto es que afecta esencialmente a los países desarrollados (culpables de la mayoría de emisiones hasta la fecha), y que se recogen en el famoso Anexo B del texto del tratado. Estos países aceptan límites a (generalmente asociados a una reducción de) sus emisiones a corto plazo; límites que pueden ser (y serán) sobrepasados a cambio de que el país promueva reducciones en otros lugares. Esto representa una transferencia de dinero y/o tecnología a otras zonas del planeta y asegura, en principio, que el volumen global de emisiones se mantiene en los objetivos propuestos.

Cada país tiene total libertad en la manera de lograr la reducción de emisiones. El mecanismo que mejor ha funcionado hasta ahora, con todas sus fallas, es el Esquema Europeo de Comercio de Emisiones; pero no tiene por qué ser la única solución. Aquellos con límites de emisiones vinculantes (Anexo B again) pueden sufrir sanciones que no están bien definidas, pero que generalmente se corresponden más bien con límites más estrictos en los periodos subsiguientes.

Estados Unidos tiene alergia aguda a la sola posibilidad de verse imponer sanciones por terceras partes: no quiere responder ante nadie (i.e. ONU, Tribunal Penal Internacional, Protocolo de Kioto, o lo que sea). China, que recientemente ha desplazado a USA como el mayor emisor mundial de CO2, utiliza la negativa americana como excusa para no entrar en el juego. Juntos son responsables del 40% de las emisiones.

Juntos han conseguido que la complicada estructura legal que se alcanzo en Kioto, magnífico (y único) ejemplo de cómo se puede poner de acuerdo a casi 200 naciones para resolver un problema global, quede en agua de borrajas: al no prolongarse el esquema de Kioto, el peso de las sanciones ya es inexistente y los países abandonarán sus esfuerzos o los reducirán.

Juntos han dado una enorme bofetada a la Unión Europea, verdadero artífice de Kioto y que generosamente ha aplicado el protocolo con todas sus consecuencias (al margen de que los mecanismos escogidos regionalmente no sean perfectos).

Juntos han terminado con una de las iniciativas más ambiciosas para resolver un problema global de forma multilateral. Sus intereses individuales a corto plazo han matado la posibilidad de resolver este problema de forma coordinada y eficiente. Habrá que seguir hablando, desperdiciando un tiempo valiosísimo y arriesgándonos a que la conjunción planetaria que se ha dado con Kioto no se vuelva a repetir.

Examinemos un pequeño dato para relativizar los costes de esta parafernalia: Dice The Economist que el coste de parar el cambio climático (reduciendo las emisiones de forma eficiente y según el patrón del IPCC) se elevaría aproximadamente el 1% del PIB mundial. Dice también esa publicación de talante marcadamente liberal (en su acepción Europea) que salvar a los Bancos de ahogarse en el pozo en el que ellos mismos decidieron darse un chapuzón, ha costado por el momento un 5% del PIB mundial.

Así las cosas, recordemos esa frase que se atribuye a Saint-Exupéry y que reza algo así como "No heredamos la Tierra de nuestros padres, la tomamos prestada de nuestros hijos". Pues bien, nuestros 67 amiguitos de Washington no comparten esta idea: la Tierra se les ha dado a ellos en usufructo, y piensan hacer todo lo que puedan para disfrutar en ella lo que les queda de vida - un par de décadas a lo sumo, vista la media de edad de los senadores; lo cual hace aun más atractivas a sus ojos y bolsillos las prebendas de los lobbies industriales y bancarios y la posibilidad de jubilarse en el Senado. A través de ellos, USA vuelve a faltar a su cita con la Historia.

Antoine, el que venga detrás que arree.

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