domingo, 13 de diciembre de 2009

14 cajas y muchas puertas

Hoy hace exactamente cinco meses y medio que llegué a Londres, y prácticamente cinco meses que entré a vivir en el flat del 16 de Lloyd Square. Eso ya empieza a ser tiempo.

Y sin embargo, por diferentes motivos, me siento todavía un extraño aquí en Londres: pocos, muy pocos fines de semana pasados aquí, prácticamente nada de turismo en la ciudad, cierta dificultad en construir una red de amigos, la trampa de una casa casi totalmente amueblada, horas de trabajo excesivamente largas y algunas otras razones identificadas o sin identificar.

Pero el miércoles pasado se dio un paso importante para solventar esta situación: me llegó el envío de mis cosas desde mi piso de Madrid. Ya tengo música, pelis, libros, y los soportes para disfrutar de ellos. Incluso algunos cuadros y un sillón al que le tengo cierto cariño (esto suena muy abuelo, lo sé).

Un pequeño bienestar material y un considerable confort afectivo para hacer de Londres un poco más mi casa. 14 bultos que han viajado en camión desde Madrid hasta Londres cruzando el que otrora fuera mi país (aun me suena raro usar pronombres posesivos con este tipo de conceptos intangibles, sobretodo porque después de tanto tumbo no me siento propietario de nada a parte de algunas de las cosas que hay en estas 14 cajas. ¿Será este un sentimiento nómada?).


Ciertamente nunca ha sido tan fácil: estamos en un mundo globalizado, donde los muebles en tu casa son los mismos en cualquier rincón del planeta (mismos modelos de IKEA: quién no ha montado al menos una vez una estantería Billy?); donde encontramos nuestros periódicos predilectos en versión papel casi sin retraso; donde la música que escuchamos en el metro o corriendo nos cabe dentro del puño de la mano y ha viajado por todos los continentes (mi iPod tiene ya cuatro años y ha conocido los sistemas de transporte de cuatro capitales); donde las marcas de ropa que frecuentamos son las mismas pese a que su enorme diferencia de precios de un lugar a otro cambia su percepción social; donde gracias a (o por culpa de) Telefónica y sus planes de llamadas internacionales podemos hablar con familia y amigos todos los días; donde Easyjet nos puede dejar en casa por menos de 100 €.

Pero justamente por esto estamos más lejos que nunca. Más lejos que nunca de nosotros mismos y de nuestro entorno real. La integración con el entorno no solo ya no es necesaria sino también imposible, o cuando menos improbable.

Cuanto más cerca, más lejos. Cuanto más nómadas, más dependientes. Sí. No necesitar muebles diferentes, o tele, o libros, o ropa distinta, porque podemos tener la de siempre, es precisamente una forma de necesidad. La necesidad de no enfrentarse a lo nuevo, la de dejar todas las puertas abiertas. Viajar todos los fines de semana, trabajar muchas horas y hablar o chatear con los seres queridos todos los días no solamente puede llegar a devaluar esas relaciones constriñéndolas a un marco irreal, sino que también puede impedir el desarrollo del nuevo yo en el recién estrenado ecosistema.

Aunque a veces nos parece lo más lógico, lo más seguro, ir abriendo puertas constantemente sin cerrar o entornar otras, es un ejercicio agotador y peligroso. Las corrientes de aire que se crean son complicadas e impredecibles, y para evitar portazos que puedan dañar las propias puertas e incluso las paredes, hay que sujetar las puertas. Pero hacer malabarismos para mantener todas esas puertas abiertas de par en par, no solo dificulta la apertura de nuevas puertas sino que presenta el riesgo de pillarse bien los dedos...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Manel,

Una cosa me gusta de tu post, y es el nombre de la empresa de mudanzas que eligieron para ti ;)

Una cosa me inquieta, y es tu melancolía. ¿Es de la que sabe a jarabe o a quinina? Ofrezco mi oreja e incluso mi presencia física, o mi casa.

En cuanto a las puertas, quizás es nuestro sino, o quizás lo hacemos porque no nos gusta ninguna de las estancias que vemos. Siempre podemos preguntarnos por qué no nos gustan...o seguir abriendo puertas.

Un abrazo (y un gallifante si adivinas quién soy ;)

Rubén dijo...

Molt xulo, Manel.
Almenys, de porta en porta, continuem caminant, no?
Un abraç

Manel dijo...

Gràcies, Rubén. Seguirem caminant.

Anónimo, de momento no me gano el gallifante, pero seguiré pensando con las pistas que me has dado. En cualquier caso, agradezco tus ofrecimientos, incluido el de la oreja ;o)