jueves, 11 de febrero de 2010

Nieve y sentido común

Hoy ha nevado ligeramente en Londres y se espera que sigan cayendo copos el resto de la semana. Sin embargo nada que ver con la que ha caído en Washington DC y de la que puntualmente informa Rachel con fotos en Facebook.

Al parecer la capital federal está completamente paralizada, sus 230.000 funcionarios en casa por cierre de todos los edificios gubernamentales. Las escuelas y los medios de transporte prácticamente inexistentes, el sistema de distribución eléctrica en precario (más de lo que ya lo está en condiciones normales, con hasta 400.000 usuarios sin suministro). Imagínense, amiguitos, al staff de los rancios senadores americanos yendo a trabajar al capitolio sobre esquís o raquetas de nieve. Y ahora véanlo:

Esto me recuerda al episodio que vivimos en Londres justo antes de Navidad y del que ya hicimos algún comentario. Todo tiende a parecernos excepcional en estas condiciones. El temporal en curso es siempre el más intenso que recordamos. Y la forma en que gestionamos la información en esta sociedad de la desinformación no ayuda. Noticias 24h, titulares a cuatro columnas, imágenes impresionantes... Este diseño que pretende escandalizar a la sociedad consigue a medio plazo insensibilizarla. Pero he de reconocer que, cual reality show, estas cosas enganchan por impresionantes. Si no, miren la foto satélite de mi isla que publicó El País durante las nevadas de la primera semana de enero: la pérfida Albión, vistiendo sus mejores galas; literal y figuradamente in albis bajo un manto de nieve.

Y sin embargo, mi memoria no sensorial me dice que las reacciones se repiten, que las nevadas son todas del mismo orden de magnitud, y la estadística que empuñan los medios de comunicación en cada caso no es más que mera anécdota matemática para poner de relevancia lo poco acostumbrados que estamos ya a someternos a la madre Naturaleza, a los caprichos del Planeta herido pero tan fuerte como siempre.

Tan es así, que hemos olvidado un mínimo respeto por el medio. No sólo porque lo destruimos con enorme y asombrosa facilidad, sino también por la petulancia y superioridad con que nos relacionamos con él. En nuestra inconsciente temeridad creemos poder controlar fuerzas de cuyo poder sólo atisbamos una fracción: Terremoto en Haití: 200.000 muertos; Tsunami en Indonesia: 300.000 muertos; cifras que ni siquiera se alcanzaron en Hiroshima o Nagasaki. Otro ejemplo: Primera guerra mundial, ocho millones; gripe española, más de 50 millones (en la mitad de tiempo).

En estas situaciones, la sociedad de la información facilita hacer cálculos tan irrefutables como irresponsables del coste de estos fenómenos. En el caso que nos veamos un simple ejemplo para el dato que hemos mencionado más arriba: 230.000 funcionarios federales en casita x sueldo diario medio de supongamos $400 = $92m - Noventa y dos millones de dólares sólo en sueldos de funcionarios de DC. Nótese pues que la pérdida total en unidades de PIB por estas disruptions puede ser colosal.

Y claro, malcriados del primer mundo, campeones del liberalismo económico que nos es tan cómodo, consideramos, en nuestro delirio económico y prepotencia irracional, que perder todo este potencial es un lujo inasequible. Y asumimos que debe de evitarse. Que la nieve, el agua, huracanes, terremotos, tsunamis o atentados no son motivo suficiente para parar la imperiosa actividad productiva que nos hace hombres. Damos por hecho que papá Estado (uncle Sam, hacienda somos todos, etc...) está ahí para eso. En esto sí somos socialdemócratas. Y nuevos ricos. Y desmemoriados.

Así pues, pese a los tímidos llamamientos a la prudencia, nos creemos en el derecho tentar a la suerte con cargo a la sociedad. Y esto hasta un punto que raya lo indecentemente ridículo. Procedamos a una demostración tan científica como las estadísticas que publican nuestros periódicos:

Imagínense al cuando menos eficaz Director General de Tráfico de España, invitando en el telediario a todo el mundo a quedarse en su casa, a no usar su vehículo particular y a extremar las precauciones ante la nevada que cayó en Madrid a finales de 2009. Pero claro, el director general de tráfico es una figura importante, y su presencia en la oficina es necesaria para el buen funcionamiento del país. Obviamente, al día siguiente de rodar la entrevista que saldrá en el telediario, decide desoír su propio llamamiento y nos proporciona este titular: "El director de Tráfico sufre un accidente de moto por el temporal". Esperpéntico; manda huevos, que diría el ex-presidente del Congreso.

Yo, la próxima vez que nieve, me quedo en casa. Bueno, excepto si tengo mucho trabajo, claro!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Molan los desbarres estos que te marcas, me pregunto si llevabas alcohol en el cuerpo cuando lo
escribiste :)

Por cierto, esos funcionarios tuyos no están nada mal pagados...a 400 USD el dia de salario medio son 10.000 USD al mes. Vamos, si los funcionarios españoles ganaran eso, ni tú ni yo estábamos en Londres ;)

Manel, for pundit and for president

PS: Eso de ir a trabajar bajo la nieve está bien, pero las topoderosas VPNs te liberan, digo te encadenan que da gusto