martes, 3 de agosto de 2010

Las glorias deportivas...


11 de julio, final de la Copa del Mundo de fútbol en Suráfrica.

Domingo por la noche. Después de un fin de semana de despedida de soltero en Valencia, estoy en el aeropuerto, esperando el vuelo de Easyjet que me llevará de vuelta a Londres. No hay ni una sola pantalla de televisión en el aeropuerto, pero algunos viajeros con ordenador y conexión a internet ponen el partido en la sala de espera y detrás de cada pantalla se arremolinan un par de docenas de personas. Por una vez el retraso del avión no me molesta. Llegamos a la prórroga. Empezamos a embarcar. Los últimos entramos al final de la primera parte de la prórroga. La página del New York Times para blackberry es la más eficiente para conocer resultados (están en portada y se refresca muy a menudo). El avión cierra puertas y abandona su aparcamiento. Desoyendo las instrucciones, sigo consultando el Blackberry: refresh. Avanzamos por la pista auxiliar. Refresh. Maniobra para entrar en pista. Refresh. Estamos en cabecera de pista. Refresh. Minuto cinco de la segunda parte de la prórroga y sigue el empate. El avión empieza a rodar y la aceleración me hunde en al asiento. Apago el Blackberry. Mi madre va a tener razón y gana Holanda en los penaltis.

Con viento de poniente, la pista está configurada para un despegue hacia el Oeste (hacia Madrid), pero la ruta establecida por el control aéreo obliga a hacer los primeros cientos de kilómetros sobre el mar. Viramos enseguida y pasamos cerca del aeropuerto. Han pasado 5 minutos y como siempre escojo bien ni asiento, veo la ciudad de Valencia iluminada por la ventanilla (verdadera ciudad de la luz gracias a la inversión municipal en farolas). Han pasado 6 minutos y me pregunto si debería encender el Blackberry antes de estar a demasiada altitud. Veo, miro la ciudad de Valencia, hechizado como siempre por la perspectiva desde el cielo.

Un estallido mudo. Un flash silencioso, un relámpago. No. Son cohetes. Por todos lados. Así abajo.En algunos sitios fuegos artificiales, con formas y colores, a cámara lenta. No oigo nada. No necesito mirar el reloj. Lo sé. Aun es tiempo de prórroga. Como también sé que España ha marcado, que hemos ganado el partido, que somos campeones del mundo (permítaseme por una sola vez este odioso plural deportivo-mayestático).

Emocionante y estética manera de ver un partido, de leer su resultado: en el cielo oscuro y mudo de Valencia. El comandante confirma el resultado diez minutos después, cuando ya sólo veo el reflejo de la luna en el Mediterráneo.

Esa misma noche, con seis horas de diferencia, el Empire State enarbola la bandera rojigualda por primera vez, al igual que una cantidad nunca vista de españoles. En Londres las celebraciones también son apoteósicas, con Picadilly Circus y Trafalgar Square teñidas de rojo incluso en el agua de sus fuentes. Son momentos de emoción incluso para los no futboleros. Cohetes, banderas, música, cláxones. Bien es cierto que el espectáculo del lunes en Madrid con la selección, recibida cual César y sus legiones tras una campaña victoriosa, será más bochornoso y artificial.

De las glorias deportivas, que campean por España
Va el Madrid con su bandera limpia, blanca, que no empaña...

Y además del Madrid y de la selección (o el Barça, que para el caso es lo mismo), va Nadal con Wimbledon, va Gasol y su nuevo anillo, la selección de Baloncesto, va Olazabal recuperado, va Contador y su Tour, va Alonso y su último podio con Ferarri... cuántas Glorias Deportivas juntas.

Parece que en tiempos de crisis, el deporte (y el deportista) español saca todo lo que tiene dentro. Y España se convierte en una potencia deportiva, admirada por todos. Incluso la misma ciudad que, desde Wall Street, a base de intereses sobre su deuda pública, hunde las economías del Sur de Europa (ya basta de decir periféricas, euro-mediterráneas, PIIGS o GIPSI; en el fondo es el la dicotomía Norte-Sur de toda la vida), la homenajea dos días seguidos desde la cima de su edificio más emblemático. ¿Será España ese King-Kong asustado que se encaramaba al rascacielos simplemente para caer desde más alto?

Pan y circo. En los países cristianos del Sur de Europa nunca falta el pan. Y ahora tenemos el circo con todas estas victorias deportivas. ¿Impulsará el consumo el buen humor por estos triunfos? ¿Aumentará la confianza y el optimismo, facilitando la inversión? ¿Habrá un impacto real en el PIB? Sabemos que en las raíces de las crisis financieras se sitúa generalmente un problema de percepción, de expectativas. Quizás sólo hacía falta esta impulsión de optimismo y un poco de calma política para que España levante al cabeza, como dicen aquellos.

Para finalizar, quisiera que conste que esta entrada debía ser en principio sólo un corto párrafo de apoyo a la magnífica foto del Empire State vestido de España.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Mister Andesity:

Lo felicito.
No hay triunfo más gozoso, que el que la madre de uno se equivoque.

¡Fenomenal!

Napo dijo...

Eso y que te salga esta bonita parrafada sin querer...oda a la Blackberry volante ;)