domingo, 11 de abril de 2010

Paris no se acaba nunca, o un siempre en el jamás

Una de las cosas más positivas de mi trabajo es que me permite ir a París regularmente. No se trata del hecho de viajar en sí, que puede ser interesante un tiempo pero que intuyo terminará cansándome. Se trata de mantener mínimamente la conexión especial que llegué a crear con París en los años en que viví allí (y por supuesto disfrutar de mi hermano Jaume de vez en cuando).

Cuando llego a París y es un día soleado, como este mismo viernes, lo primero que noto es que al aire es distinto. Diría que sus propiedades físicas (humedad, densidad, temperatura, etcétera) son particulares, haciendo que en la piel se sienta distinto de cualquier otro lugar, que en el pecho se note un tenue placer que invita a respirar más hondo.

Tratando se ser menos abstracto, parece que huele diferente (y no me refiero al agua que usan para limpiar las calles, ni a las mierdas de perro que cada vez menos pueblas sus aceras, ni siquiera a que pase cerca uno de esos raros franceses que verifica el estereotipo de la ducha poco frecuente). Incluso la luz cambia: ese sol fresco, pequeño, con un perfil casi nítido enmarcado en un cielo de un azul subido, y que hace casi amarillas las fachadas sucias de pierre de taille, luce con brillo casi mate, que acaricia suavemente la piel y anula la bofetada del frío o el viento.

Ir a París es bueno para mi humor. Repetir hábitos de mi época allí me desata vibraciones positivas. Por los lugares y por la gente que quise y todavía quiero. Tanto, que repito religiosamente rutinas pretéritas cuando tengo la mínima oportunidad.

Repito el paseo alrededor de mi casa, incluso entro en el edificio, atravieso la cour, y me quedo contemplando desde seis pisos más abajo la chapa abuhardillada que me servía de fachada sur. Siguiendo los consejos de mi hermano, no me atrevo a entrar. No quiero ver el apartamento por dentro pese a que vive un amigo suyo que me dejaría hacerlo. La magia se rompería.

Repito la ceremonia de tomarme el suave y cremoso millefeuille del Moulin de la Vierge. Dios sabe (o no) cuántos de estos han caído en los cuatro años y pico que viví en el 43 Bd Garibaldi - a precio de oro, eso sí.

Repito el paseo que hacía con las visitas saliendo de mi casa en dirección a la Torre Eiffel, y dando la vuelta a París en el sentido de las agujas del reloj, invariablemente hechizado por la belleza burguesa, siempre correcta, casi aburrida, de la ciudad. La última vez que lo hice fue en Noviembre, con mi amigo Guillermo. Saliendo desde casa de mi hermano, hicimos una ruta que finalmente incluyó dos de los habituales paseos: en un día hicimos un tour de París de unos 20 km. Al final creo que terminamos con un principio de tendinitis, por brutos. En su día reproduje el recorrido (sin incluir todas las vueltas para entrar en placitas, patios, tiendas).

Es curioso como algunos automatismos no desaparecen nunca completamente. Sin ir más lejos, el viernes pasado, volviendo a París de una reunión en Clamart (justo donde yo trabajé en mi última etapa en esa City), al llegar en metro a Montparnasse, en lugar de ir hacia casa de mi hermano, tomé la línea que va a mi antigua casa, no dándome cuenta del error hasta haber salido en la estación de Sèvres-Lecourbe. Ya puestos me di el paseo arriba mencionado, como siempre sin subir las escaleras de mi ex-casa e incluyendo el esponjoso millefeuille del Moulin – del que tomé esta imagen.

Puede que esta nostalgia positiva no sea sino un complejo de Peter Pan disfrazado, un miedo a crecer, es decir, a la muerte, empezando manifestarse tempranamente (no tengo ni idea de psicología, pero en sociedades donde la esperanza de vida es superior a los 80, parece un poco ridículo que a los 30 afloren estas cosas). Puede que este sentimiento sea negativo, contraproducente, paralizante; que boquee otros, que me impida sentir lo mismo en Londres. Puede.

Yo por ahora prefiero pensar que París es para mí un toujours dans le jamais de los que Paloma, la niña de 13 años de ese tratado de Estética que es L’élegance du hérisson, descubre como motivos supremos y suficientes para vivir.

Nota: la primera parte del título de este post no se puede considerar un plagio-préstamo del estupendo libro homónimo de Vila-Matas, puesto que sigo sosteniendo que esa frase rondaba mi cabeza tiempo antes de la publicación de aquel. En la segunda, evidentemente traduzco a Muriel Barbery.

Nota: no crean los lectores que he olvidado mi compromiso de continuar el relato de mi viaje a Colombia. Como bien saben, este blog se escribe por impulsos, cuando y donde surge la necesidad: en aeropuertos, buses, trenes (como ahora), en casa o de paseo. Para los más exigentes, e incluso para los provocadores: llegará pronto.

7 comentarios:

mapachito violento dijo...

Delicioso.

Anónimo dijo...

Nombre: Manel
Apellido: Andecity
Edad:30
Profesión: No especificada
Padecimiento: Melancolía
Síntomas:
1. Asfixia.- Los cambios en las propiedades físicas del aire, le inducen a inhalar bocanadas más grandes.
2. Comportamiento compulsivo basado en la repetición de conductas.
3. Tendonitis (por bruto)
4. Pérdida de voluntad, traducida en la incapacidad para resistir el suave y cremoso millefeuille de la virgen del molino.
5. Miedo a vivir en el presente; miedo a morir; miedo a crecer; miedo a abrir la puerta del 43 Bd Garibaldi.
6. Confusión, debida a cambios repentinos de valoración ética.
7. Comportamiento impulsivo.

Prescripción:

Deshacer la margarina a fuego lento, agregar las yemas, y formar una crema agregando poco a poco la harina hasta que quede una masa fácil de amasar.

Estirar la masa bien fina y tomando como molde un plato (dependiendo de lo grande que quiera hacer la torta), cortar discos.

Cocinar estos discos de a uno en horno caliente unos pocos minutos, sobre una lata sin enmantequillar (pincharlos para que no se inflen), hasta que estén secos, pero sin dejar dorar.

Resultan de diez a doce hojas (asi es... de diez a doce,no mil), las cuales se colocan sobrepuestas y entre una y otra se pone el manjar.

Cuando todas las hojas han sido colocadas, espolvoreelas con nueces picadas y molidas.

Si desea, también puede espolvorear con azúcar flor.
Para que quede bien firme, antes de cubrir la última hoja con el manjar, coloque un plato encima de la torta y presione para que las hojarascas se resquebrajen y se "asiente" la torta.

NOTA: Pase lo que pase, intente actuar contra su impulso.
No la coma.

Unknown dijo...

Increïble! La casualitat i les noves tecnologies em fan descobrir mil anys desprès un company de l'estiu del 94 que, a banda de trotamundos, es revel·la gran observador-fotògraf i narrador amb estil. És un plaer retrobar-te i llegir-te!
Limoges'94

Rubén dijo...

Com t'envege...
Entenc perfectament eixe sentiment, i me l'has fet reviure. No sé si agraïr-t'ho o deixar de llegir-te, la melancolia és contraproduent.
un abraç

atram dijo...

Hola Manel,

Me han admitido en PEPM y me gustaría poder escribirte para que me dieses tu opinión, te dejo mi mail marta.riveira@gmail.com
Muchas gracias

Manel dijo...

Mapachito: realmente delicioso, literal y metafóricamente.

Mr Anónimo: Acertado diagnóstico y exquisita prescripción. Sólo un pero; la nota. Hace tiempo que aprendí a seguir mis impulsos y me costó tanto que ya no renuncio a ello.

Maribel: m'alegre molt de saber de tu, com et va tot? On estàs? Envia'm el teu correu, perfa.

Rubén: la malenconia no és roin, tot depén de la dosi, no? I sempre ens quedarà Paris (generalment a menys de dos hores en Easyjet o Vueling). Quan vulgues, tornem ;o)

Anónimo dijo...

Mister Manel,

Le agradezco profundamente que dedique unas lineas en respuesta a mi comentario. Las leo y sonrío satisfecha, pues he logrado crear en usted la ilusión del masculino. Que esto no lo inquiete, pero mi género es el otro.. el otro.. el otro.. el que lo trae melancólico.
Me entusiasma conocerle asi de a poco, con detalles.
Algo nuevo que añadir al rompezabezas. I M P U L S O--
Después de la sonrisa, mis labios se tuercen... ¿Es verdad que sigue sus impulsos? ¿Porqué me cuesta creerlo? Y en realidad, eso importa poco, lo que me fascina es que lo diga usted asi de convencido "--ya no renuncio a ello."
Y es que tanta repetición, tantos... cito sus palabras :
"Es curioso como algunos automatismos no desaparecen nunca completamente--", me hacen alzar las cejas. Podrá ahora comprender mis dudas. ¿Es que pueden coexistir los automatismos y los impulsos?, ¿puede un hombre impulsivo, ser un hombre que repite 'religiosamente rutinas pretéritas cuando tiene la mínima oportunidad'?
Yo no tengo la repuesta, seguro que es posible. No somos mas que carne atada a un manojo de contradicciones, no más. Creemos que somos de alguna forma, y no somos sino lo opuesto. O somos de muchas formas, de muchas caras, con muchos lados, con ninguno.
Lo que quiero es que sonría al leer esto y luego tuerza los labios, cómo ha hecho conmigo. y si puede alzar las cejas, pues hágalo también. Y vuelva a sonreír.
¿Y porqué no?, que responda diciendo que tiene el impulso de repetir conductas pretéritas, y que tiene el impulso de hacerlo a la menor provocación; y porqué no, que es posible tener el impulso de de detener el impulso de comer una tarta.
---Miento, miento.
---Lo concedo, un bocado es un bocado;en la boca, se come.
Un punto para usted.
Su melancolía requiere otra prescripción.

NOTA: Usted escribe por impulsos, yo por leerle.

Mr. Anónimo ( Me gusta el nombre que me ha dado, y lo hago mío)