Es temprano, recorro la Rua da Rosa, una de las arterias del barrio, infestada de bares y de tiendas de diseño bo-bo. Todavía están limpiando los restos de la fiesta de anoche: botellas, vasos, papeles, cristales rotos, alguna vomitona. A golpe de manguera, como en los viejos tiempos. Todos los bajos están cerrados (la mayoría son bares que habrán cerrado sólo unas horas antes). Las ventanas y los balcones están abiertos. Llenos de plantas. Con las tiendas y bares de diseño cerrados, todo parece viejo, decadente, como el Barrio del Carmen hace 20 años, un Beirut todavía en proceso de reconstrucción.
Camino de arriba abajo, callejeando por el Bairro mientras se despierta. Señoras viejas, gordas y peludas empiezan a poblar las calles, van muy despacio de compra al colmado de la esquina o de paseo hacia la parte baja de la ciudad. Señores viejos, gordos y calvos salen a la calle a tomar el fresco, a conversar con los repartidores, los barrenderos y también con los otros señores viejos, gordos y calvos. Poco a poco el barrio se levanta, se despereza, abre sus ventanas y ventila los cuartos húmedos y con desconchados. Los bajos abren, se entrega el pan, se descarga algún camión e incluso empiezan algunos trabajos.
Vuelvo a recorrer la Rua da Rosa en sentido contrario, ahora mucho más animada. Se oye música en algunas casas, sale de las ventanas y de los balcones camuflados por frondosas plantas y sábanas recién tendidas. Algunas casa dejan sus puertas abiertas, se oyen fados. Es la banda sonora del Bairro. Los señores viejos, gordos y calvos escuchan. Es sábado por la mañana, pero el tiempo no importa.
Se oyen fados.
Más tarde, al pasar por la FNAC del Chiado, no puedo evitar comprarme un par de discos de Fado. Bairro Alto enlatado. Y ahora lo escucho en Londres antes de irme a dormir. Mañana estaré cansado, pero el tiempo no importa.