Todos nosotros (uso el masculino plural no como forma general del plural, sino porque me refiero aquí al subgrupo de población de ese género) pasamos por ello. A diario. Es un hecho ampliamente constatado que los varones orinamos de pie la inmensa mayoría de las veces. Haciendo un cálculo rápido con unas hipótesis simples (3.000 millones de hombres en el planeta, con una actividad miccional media de dos veces al día, hacen más de dos billones anuales de idas al baño para cambiar el agua al canario), apercibimos la magnitud del asunto. Y sin embargo no existe una solución universal a este problema, asevero. Examinémoslo detenidamente.
Aunque requiere de ciertas nociones de física para su total comprensión, el problema es en realidad bien simple: el hombre muy habitualmente tiene dos opciones cuando se dispone a hacer aguas menores y debe tomar una decisión crucial, elegir entre un retrete clásico o un urinario de pared. ¿Cuál es pues la mejor elección?
Existen múltiples variables a tener en cuenta, tales como:
1) La privacidad. Los retretes suelen tener puertas (puesto que también se usan para hacer número 2) y por tanto posibilitan un aislamiento que permite a los más tímidos evitar contacto visual con los demás compañeros en el alivio de la vejiga y ahorrarse las subsiguientes y siempre odiosas comparaciones. Por añadidura, el relajo muscular y mental que se experimenta al evacuar el dorado líquido que hemos estado conteniendo casi toda la mañana, puede generar ventosidades sobrevenidas; y si bien es cierto que no hay lugar más adecuado que un baño para ventilar el sistema digestivo, a mí me sigue violentando tocar los primeros compases de un pasodoble si hay público delante. Más que nada por si desafino. Un punto para el inodoro clásico.
2) La discreción. El retrete suele tener un fondo de agua que emite ruido cuando es golpeado por un flujo en caída libre, pudiendo, a pesar de la puerta cerrada evocada en el punto anterior, despertar a los vecinos o simplemente revelar información sobre nuestra pauta de descarga. Existe una solución que requiere destreza y atención: apuntar con el chorro a la parte del inodoro por encima del agua. Sin embargo por comodidad, daremos este punto al urinario de pared.
3) La limpieza del lugar. Es básicamente una cuestión de puntería, como nos han dicho siempre nuestras madres y/o parejas. Es cierto que es muy difícil salirse de un urinario de pared; en cambio, dejados llevar por algún pensamiento metafísico, con un simple movimiento de caderas, se puede poner el retrete perdido. Cierto que esto puede achacarse a una falta de concentración, pero en ciertas ocasiones es simple física: es muy sencillo mantener el chorro en equilibrio cuando el flujo está establecido y en régimen laminar; sin embargo al inicio y al final de la operación, la potencia de disparo no es tan sencilla de controlar y el fluido está todavía en régimen turbulento, lo cual no ayuda precisamente a prevenir esas gotas rebeldes que terminan casi invariablemente en los bordes de la taza, en el suelo, en el bote de la escobilla, o incluso en la pared. En estos casos, está claro que el urinario de pared ofrece mejores prestaciones, de manera que otro punto para el señor.
4) La limpieza del usuario. De manera proporcional a la altura del sujeto (o más bien de la sujeta), el líquido elemento adquiere una mayor velocidad en el momento de golpear la superficie de ese fondo de agua al que nos hemos referido antes. Incluso aunque sigamos los consejos del punto 2 y golpeemos en la Roca, la energía potencial del chorro, ya convertida en cinética en el momento del impacto, provoca unas salpicaduras nada desdeñables que tienen la incómoda y cabrona tendencia a saltar hacia arriba, redundando en el efecto número 3 pero además poniendo en peligro la pulcritud y limpieza nuestros pantalones. En un urinario de pared, el impacto en la superficie del mismo se produce a una altura muy próxima al extremo del miembro, con lo cual la energía cinética acumulada por el fluido es mucho menor (es decir, no le ha dado tiempo a acelerar en sentido vertical). El único inconveniente de esta opción es en casos de caudales muy potentes, en los que se debe prestar atención y apuntar en oblicuo para que no terminemos con camisa y corbata llenas de lamparones. En este caso, el urinario también es mejor opción y se lleva un tercer punto.
5) La última gota. Como muy bien asevera la cultura popular, por mucho que hagamos, la última gota caerá dentro del calzoncillo. No obstante, más vale una gota que cien. Y por eso los hombres tenemos un gesto casi innato al terminar de mear: sacudírnosla enérgicamente (ojo con esto, porque otro aforismo de la cultura popular, en este caso valenciana, asevera que espolsar-se-la més de tres voltes és masturbació, y aunque yo soy un ferviente seguidor del padre Onán, no es cuestión de liarse cada vez que uno va al baño). Al margen del peligro de salpicaduras que tiene la operación de sacudida, es seguro que la última gota se queda donde no debe. Y ahí entra en juego un accesorio de inigualable valor, uno de los mayores inventos de la humanidad: el papel higiénico. No sin habilidad adquirida por años de práctica y con un preciso juego de muñeca, se coge un trozo del maravilloso invento y se puede eliminar esa última gota odiosa. Lo cual nos lleva a darle otro punto al retrete original, puesto que al contrario que en los urinarios de pared, en ellos sí se encuentra (generlamente) papel higiénico.
Así pues ¿retrete o urinario?
Estudiando detenidamente todos los factores esto parece, amigos, un problema indisoluble, puesto que no hay opción claramente superior. Básicamente el urinario de pared ha ganado por 3 a 2 en este partido. Pero si lo usamos, no sólo nos arriesgamos a recibir un golpe moral cuando compartamos pausa-pipí con el Rocco Siffredi de la oficina, sino que además, invariablemente terminaremos con la dichosa gota en los calzoncillos.
Nota: Aunque no es costumbre en esta sección dar respuesta a las preguntas que se plantean, en aras del progreso de la humanidad (o una mitad de ella) me atrevo a proponer una solución a este rompecabezas. Para ello he tomado la opción ligeramente superior, la del urinario de pared, y he intentado mejorarla para eliminar sus deficiencias, a saber:
a) para poder peer con tranquilidad deben equiparse los baños de un hilo musical con un nivel de volumen superior al de una clínica de dentista.
b) para evitar las odiosas comparaciones, una doble medida: poner mamparas entre urinarios, como ya hay en algunos baños, y atenuar la luz para dificultar la visión del miembro del prójimo.
c) para eliminar la última gota, propongo instalar rollos de papel higiénico al lado de cada urinario
¿Alguien sabe cómo se solicita una patente?