Discretizción, digitalización o
conversión analógica-digital es, de forma poco rigurosa, el proceso de conversión de una magnitud, variable o señal de naturaleza
continua en otra que adopta valores
discretos.
Por ejemplo la
altura de una persona o el tiempo entre dos instantes son siempre magnitudes continuas, mientras que la población de Francia o el parque automovilístico español son variables discretas, que además sólo pueden adoptar valores
enteros.
Si adoptamos una
postura kantiana, tomando como referencia los niveles de precisión de la percepción humana, podemos afirmar que la
naturaleza presenta casi exclusivamente magnitudes continuas. Quede constancia de que esta afirmación no es plenamente satisfactoria, puesto que si descendemos
al nivel atómico, hay evidencias de lo que ya intuyeron
Demócrito y los atomistas en la antigua Grecia: todo en esencia es discreto.
Y sin embargo las magnitudes continuas con las que convivimos son intrínsecamente
inconmensurables, y en nuestra inmensa sabiduría tendemos a simplificarlas (conversión, discretización). Ejemplo: cuando nos preguntan la edad decimos el número de años, pero raramente añadimos los meses, y nunca hacemos mención de días, horas, minutos, etc... En este caso estamos discretizando una magnitud continua para que su manejo sea más sencillo, al tiempo que intentamos minimizar la pérdida de información relevante, uno de los inconvenientes de este proceso (no es lo mismo decir que la chica nueva de la oficina mide "un metro y pico" que "un metro setenta y pico").
Esto mismo es lo que hacen todos los ordenadores y demás menaje del hogar, ya que sus microprocesadores sólo entienden y manejan magnitudes discretas.
Todo esto viene al caso de un molesto fenómeno de discretización que se lleva especialmente mal en el Reino Unido: la gestión de las horas de luz del día.
No vamos a discutir la comúnmente aceptada - pero no por ello menos arbitraria - división del día en 24 horas. Hasta aquí no hay discretización gracias a las existencia de unidades inferiores: horas, minutos, segundos, milisegundos, microsegundos, etc... Sin embargo la primera etapa de discretización llega al trazar 24 rayitas sobre el planeta Tierra que se han dado en llamar
Meridianos y que definen los
husos horarios y, en la mayoría de los casos, también los
usos horarios.
En ese preciso instante, se decide que para un señora de Cádiz, va a ser la misma hora que para una señor de Barcelona, estando cada uno en un extremo del huso horario, habrá casi una diferencia de una hora en su ciclo solar: uséase, para el vecino de la ciudad condal amanecerá casi una hora antes que para nuestra amiga andaluza.
Si añadimos la discretización que la unidad política e histórica de Europa impone, asistimos a un fenómeno extraño: Santiago de Compostela y Belgrado comparten huso horario, pese a estar separados por más de dos "horas solares".
Todo esto no representa mayor problema si la gente esta contenta. Y convenimos que es difícil aunar descontentos por la hora: generalmente nos preocupamos por los impuestos, el salario mínimo, el paro, la sanidad pública, etc., mientras que la hora que marque el reloj al levantarnos por la mañana nos es inverosímil, como diría aquel. Se trata de una constante de de trabajo que no nos molestamos en discutir.
El último ejemplo de esto es la Venezuela de
Hugo Chávez, que en 2008 abandonó la granularidad de la discretización horaria, y
retrasó los relojes media hora, cambiando su refrencia
husual al meridiano que pasa por el centro del país. Que nadie piense que
Chávez es un original, puesto que países del Eje del Bien ya habían tomado medidas parecidas antes: Estados Unidos -con Hawai-, Canadá -con sus islas en la costa Este-, Nueva Zelanda o Australia mantienen horas fraccionales con respecto a la UTC (refiéranse amigitos, al
mapa que hemos colocado unos párrafos más arriba).
Pues bien, pese a lo que pueda parecer, esta larga disquisición no es totalmente gratuita. Viene precisamente al caso por mi reciente constatación de un hecho gravísimo que el cambio de hora de hace un par de semanas no hace sino amplificar. Analícese la siguiente imagen.
Nótese que, a día de hoy, el sol sale hacia las 7h y se pone alrededor de las 16h20.
Si reflexionamos un poco sobre el alcance de estos datos, convendremos que esto es una auténtica barbaridad. Barbaridad con mayúscula (y no por estar detrás de un punto y seguido).
Máxime si consideramos que aun queda un mes y medio de reducción de luz solar; con lo cual, el sol puede acabar poniéndose a las 15h15, cuando ni siquiera ha empezado aun la larga sección de deportes del Telediario.
Y yo me pregunto ¿a quién le importa que el sol salga cuando se está aun en la cama o en la ducha?¿y quién en su sano juicio soporta tener que ver el final del Telediario del mediodía con luz artificial? Por no hablar de tener que usar gafas de visión nocturna al salir de la oficina.
Creo que como ciudadano, como
miembro de respetable dimensión (en el seno de la comunidad, quiero decir), es mi deber impedir que este atentado a la lógica y al biorritmo mundial se produzca: el Reino Unido, en su
penoso, castrador y ya habitual autismo europeo, ha decidido tener su propia hora al margen de Europa. Véase de nuevo en el
mapita que UK está en la misma zona horaria que España y la mayor parte de Francia y sin embargo, estos tíos insisten en tener una hora menos. El efecto inmediato es, como ya hemos demostrado, que
el sol se pone a una hora ridículamente temprana, agriando el buen carácter que por naturaleza tienen los británicos, haciendo más plomizo el gris plomizo del cielo, menos llevadera la lluvia y más deprimente, depresiva, teleadicta y alcohólica la sociedad en general.
Por ello, apelo a la
Declaración de Derechos Humanos, y a las Naciones Unidas y la Corte Penal Internacional en tanto que garantes de la misma, para que se termine con esta soberana injusticia que viola el derecho fundamental a salir del trabajo con una sonrisa en la cara y a disfrutar de las dosis de melanina necesarias para el correcto funcionamiento del organismo; por la presente entrada, declaro fundada la
plataforma por el cambio de hora en el Reino Unido, por una mejor calidad de vida y el buen humor de sus ciudadanos.
Y ahora, después de un post tan largo y reivindicativo y como hace sol, me voy a dar una vuelta en bici por
Primrose Hill. Como siempre, un saludo a los que hayan conseguido leer hasta el final.